"...es mayor el tiempo que debo agradar a los de abajo que a los de aquí. Allí reposaré para siempre. Tú, si te parece bien, desdeña los honores de los dioses." Antígona, Sófocles.



viernes, 7 de enero de 2011

ACLARACIÓN SOBRE LOS DICHOS DEL PAPA SOBRE EL PRESERVATIVO

NOTA SOBRE LA BANALIZACIÓN DE LA SEXUALIDAD A PROPÓSITO DE ALGUNAS LECTURAS DE «LUZ DEL MUNDO»

Con ocasión de la publicación del libro-entrevista de Benedicto XVI, Luz del mundo, se han difundido diversas interpretaciones incorrectas, que han creado confusión sobre la postura de la Iglesia Católica acerca de algunas cuestiones de moral sexual. El pensamiento del Papa se ha instrumentalizado frecuentemente con fines e intereses ajenos al sentido de sus palabras, que resulta evidente si se leen por entero los capítulos en donde se trata de la sexualidad humana. El interés del Santo Padre es claro: reencontrar la grandeza del plan de Dios sobre la sexualidad, evitando su banalización, hoy tan extendida.

Algunas interpretaciones han presentado las palabras del Papa como afirmaciones contrarias a la tradición moral de la Iglesia, hipótesis que algunos han acogido como un cambio positivo y otros han recibido con preocupación, como si se tratara de una ruptura con la doctrina sobre la anticoncepción y la actitud de la Iglesia en la lucha contra el sida. En realidad, las palabras del Papa, que se refieren de modo particular a un comportamiento gravemente desordenado como el de la prostitución (cfr. Luz del mundo, pp. 131-132), no modifican ni la doctrina moral ni la praxis pastoral de la Iglesia.

Como se desprende de la lectura del texto en cuestión, el Santo Padre no habla de la moral conyugal, ni tampoco de la norma moral sobre la anticoncepción. Dicha norma, tradicional en la Iglesia, fue reafirmada con términos muy precisos por Pablo VI en el n. 14 de la encíclica Humanae vitae, cuando escribió que «queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación». Pensar que de las palabras de Benedicto XVI se pueda deducir que en algunos casos es legítimo recurrir al uso del preservativo para evitar embarazos no deseados es totalmente arbitrario y no responde ni a sus palabras ni a su pensamiento. En este sentido, el Papa propone en cambio caminos que sean humana y éticamente viables, que los pastores han de potenciar «más y mejor» (cf. Luz del mundo, p. 156), es decir, caminos que respeten plenamente el nexo inseparable del significado unitivo y procreador de cada acto conyugal, mediante el eventual recurso a métodos de regulación natural de la fertilidad con vistas a la procreación responsable.

En cuanto al texto en cuestión, el Santo Padre se refería al caso completamente diferente de la prostitución, comportamiento que la doctrina cristiana ha considerado siempre gravemente inmoral (cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 27; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2355). Con relación a la prostitución, la recomendación de toda la tradición cristiana –y no sólo de ella– se puede resumir en las palabras de san Pablo: «Huid de la fornicación» (1 Co 6, 18). Por tanto, hay que luchar contra la prostitución; y las organizaciones asistenciales de la Iglesia, de la sociedad civil y del Estado han de trabajar para librar a las personas que están involucradas en ella.

En este sentido, es necesario poner de relieve que la situación que en muchas áreas del mundo se ha creado por la actual difusión del sida, ha hecho que el problema de la prostitución sea aún más dramático. Quien es consciente de estar infectado con el VIH y que por tanto puede contagiar a otros, además del pecado grave contra el sexto mandamiento comete uno contra el quinto, porque conscientemente pone en serio peligro la vida de otra persona, con repercusiones también para la salud pública. A este respecto, el Santo Padre afirma claramente que los profilácticos no son «una solución real y moral» del problema del sida, y también que la «mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad», porque no se quiere afrontar el extravío humano que está en el origen de la transmisión de la pandemia. Por otra parte, es innegable que quien recurre al profiláctico para disminuir el peligro para la vida de otra persona, intenta reducir el mal vinculado a su conducta errónea. En este sentido, el Santo Padre pone de relieve que recurrir al profiláctico con «la intención de reducir el peligro de contagio, es un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida en forma diferente, hacia una sexualidad más humana». Se trata de una observación completamente compatible con la otra afirmación del Santo Padre: «Ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH».

Algunos han interpretado las palabras de Benedicto XVI valiéndose de la teoría del llamado "mal menor". Esta teoría, sin embargo, es susceptible de interpretaciones desviadas de tipo proporcionalista (cf. Juan Pablo II, Encíclica Veritatis splendor, nn. 75-77). No es lícito querer una acción que es mala por su objeto, aunque se trate de un mal menor. El Santo Padre no ha dicho, como alguno ha sostenido, que la prostitución con el recurso al profiláctico pueda ser una opción lícita en cuanto mal menor. La Iglesia enseña que la prostitución es inmoral y hay que luchar contra ella. Sin embargo, si alguien, practicando la prostitución y estando además infectado por el VIH, se esfuerza por disminuir el peligro de contagio, a través incluso del uso del profiláctico, esto puede constituir un primer paso en el respeto de la vida de los demás, si bien el mal de la prostitución siga conservando toda su gravedad. Dichas apreciaciones concuerdan con lo que la tradición teológico moral ha sostenido también en el pasado.

En conclusión, los miembros y las instituciones de la Iglesia Católica deben saber que en la lucha contra el sida hay que estar cerca de las personas, curando a los enfermos y formando a todos para que puedan vivir la abstinencia antes del matrimonio y la fidelidad dentro del pacto conyugal. En este sentido, hay que denunciar también aquellos comportamientos que banalizan la sexualidad, porque, como dice el Papa, representan precisamente la peligrosa razón por la que muchos ya no ven en la sexualidad una expresión de su amor. «Por eso la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte de la lucha para que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la condición humana» (Luz del mundo, p. 131).


jueves, 23 de diciembre de 2010

NECESARIA ACLARACIÓN LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE SOBRE PRESERVATIVO

"...se han difundido diversas interpretaciones incorrectas que han generado confusión sobre la posición de la Iglesia Católica respecto a algunas cuestiones de moral sexual..."
Algunos han recurrido a la así llamada teoría del "mal menor", ya criticada por Juan Pablo II por sus connotaciones proporcionalistas, y la Congregación rechaza expresamente que pueda recurrirse a esta teoría para los casos divulgados a propósito de los dichos de S.S. Benedicto XVI.

Nota della Congregazione per la Dottrina della Fede Sulla banalizzazione della sessualità

A proposito di alcune letture di "Luce del mondo"

In occasione della pubblicazione del libro-intervista di Benedetto XVI, Luce del mondo, sono state diffuse diverse interpretazioni non corrette, che hanno generato confusione sulla posizione della Chiesa cattolica riguardo ad alcune questioni di morale sessuale. Il pensiero del Papa non di rado è stato strumentalizzato per scopi e interessi estranei al senso delle sue parole, che risulta evidente qualora si leggano interamente i capitoli dove si accenna alla sessualità umana. L’interesse del Santo Padre appare chiaro: ritrovare la grandezza del progetto di Dio sulla sessualità, evitandone la banalizzazione oggi diffusa.

Alcune interpretazioni hanno presentato le parole del Papa come affermazioni in contraddizione con la tradizione morale della Chiesa, ipotesi che taluni hanno salutato come una positiva svolta e altri hanno appreso con preoccupazione, come se si trattasse di una rottura con la dottrina sulla contraccezione e con l’atteggiamento ecclesiale nella lotta contro l’Aids. In realtà, le parole del Papa, che accennano in particolare ad un comportamento gravemente disordinato quale è la prostituzione (cfr. Luce del mondo, prima ristampa, novembre 2010, pp. 170-171), non sono una modifica della dottrina morale né della prassi pastorale della Chiesa.

Come risulta dalla lettura della pagina in questione, il Santo Padre non parla della morale coniugale e nemmeno della norma morale sulla contraccezione. Tale norma, tradizionale nella Chiesa, è stata ripresa in termini assai precisi da Paolo VI nel n. 14 dell’enciclica Humanae vitae, quando ha scritto che è "esclusa ogni azione che, o in previsione dell’atto coniugale, o nel suo compimento, o nello sviluppo delle sue conseguenze naturali, si proponga, come scopo o come mezzo, di impedire la procreazione". L’idea che dalle parole di Benedetto XVI si possa dedurre che in alcuni casi sia lecito ricorrere all’uso del profilattico per evitare gravidanze indesiderate è del tutto arbitraria e non risponde né alle sue parole né al suo pensiero. A questo riguardo il Papa propone invece vie umanamente e eticamente percorribili, per le quali i pastori sono chiamati a fare "di più e meglio" (Luce del mondo, p. 206), quelle cioè che rispettano integralmente il nesso inscindibile di significato unitivo e procreativo in ogni atto coniugale, mediante l’eventuale ricorso ai metodi di regolazione naturale della fecondità in vista di una procreazione responsabile.

Quanto poi alla pagina in questione, il Santo Padre si riferiva al caso completamente diverso della prostituzione, comportamento che la morale cristiana da sempre ha considerato gravemente immorale (cfr. Concilio Vaticano II, Costituzione pastorale Gaudium et spes, n. 27; Catechismo della Chiesa cattolica, n. 2355). La raccomandazione di tutta la tradizione cristiana – e non solo di quella – nei confronti della prostituzione si può riassumere nelle parole di san Paolo: "Fuggite la fornicazione" (1 Corinzi, 6, 18). La prostituzione va dunque combattuta e gli enti assistenziali della Chiesa, della società civile e dello Stato devono adoperarsi per liberare le persone coinvolte.

A questo riguardo occorre rilevare che la situazione creatasi a causa dell’attuale diffusione dell’Aids in molte aree del mondo ha reso il problema della prostituzione ancora più drammatico. Chi sa di essere infetto dall’Hiv e quindi di poter trasmettere l’infezione, oltre al peccato grave contro il sesto comandamento ne commette anche uno contro il quinto, perché consapevolmente mette a serio rischio la vita di un’altra persona, con ripercussioni anche sulla salute pubblica. In proposito il Santo Padre afferma chiaramente che i profilattici non costituiscono "la soluzione autentica e morale" del problema dell’Aids e anche che "concentrarsi solo sul profilattico vuol dire banalizzare la sessualità", perché non si vuole affrontare lo smarrimento umano che sta alla base della trasmissione della pandemia. È innegabile peraltro che chi ricorre al profilattico per diminuire il rischio per la vita di un’altra persona intende ridurre il male connesso al suo agire sbagliato. In questo senso il Santo Padre rileva che il ricorso al profilattico "nell’intenzione di diminuire il pericolo di contagio, può rappresentare tuttavia un primo passo sulla strada che porta ad una sessualità diversamente vissuta, più umana". Si tratta di un’osservazione del tutto compatibile con l’altra affermazione del Santo Padre: "questo non è il modo vero e proprio per affrontare il male dell’Hiv".

Alcuni hanno interpretato le parole di Benedetto XVI ricorrendo alla teoria del cosiddetto "male minore". Questa teoria, tuttavia, è suscettibile di interpretazioni fuorvianti di matrice proporzionalista (cfr. Giovanni Paolo II, enciclica Veritatis splendor, nn. 75-77). Un’azione che è un male per il suo oggetto, anche se un male minore, non può essere lecitamente voluta. Il Santo Padre non ha detto che la prostituzione col ricorso al profilattico possa essere lecitamente scelta come male minore, come qualcuno ha sostenuto. La Chiesa insegna che la prostituzione è immorale e deve essere combattuta. Se qualcuno, ciononostante, praticando la prostituzione e inoltre essendo infetto dall’Hiv, si adopera per diminuire il pericolo di contagio anche mediante il ricorso al profilattico, ciò può costituire un primo passo nel rispetto della vita degli altri, anche se la malizia della prostituzione rimane in tutta la sua gravità. Tali valutazioni sono in linea con quanto la tradizione teologico-morale della Chiesa ha sostenuto anche in passato.

In conclusione, nella lotta contro l’Aids i membri e le istituzioni della Chiesa cattolica sappiano che occorre stare vicini alle persone, curando gli ammalati e formando tutti perché possano vivere l’astinenza prima del matrimonio e la fedeltà all’interno del patto coniugale. Al riguardo occorre anche denunciare quei comportamenti che banalizzano la sessualità, perché, come dice il Papa, proprio questi rappresentano la pericolosa ragione per cui tante persone nella sessualità non vedono più l’espressione del loro amore. "Perciò anche la lotta contro la banalizzazione della sessualità è parte del grande sforzo affinché la sessualità venga valutata positivamente e possa esercitare il suo effetto positivo sull’essere umano nella sua totalità" (Luce del mondo, p. 170).

viernes, 17 de diciembre de 2010

BREVE SOBRE ANÁLISIS DE LA MORALIDAD DE LOS ACTOS VOLUNTARIOS Y LOS CONSEJOS

Existe una notable diferencia entre juzgar un acto que vamos a realizar o un acto ya realizado por nosotros mismos (juicios de conciencia), o juzgar lo que otro hizo; y aconsejar a otro que va a actuar sobre cómo actuar bien, obrar mejor o, simplemente, no obrar mal.

Como ya indicamos en una entrada anterior, cuando juzgamos lo que vamos a hacer debemos considerar la acción en sí misma (objeto), el fin que nos motiva (intención) y las circunstancias de su posterior ejecución. Dado que la acción es futura, es posible que no podamos abarcar todas las circunstancias que determinarán finalmente la acción como tal acto concreto realizado por nosotros. Cuando juzgamos lo ya realizado, podemos tomar la acción como un todo concreto que “salió” de nosotros. Debemos reconocer ese acto como propio, aunque no siempre nos guste.

También podemos pensar en el siempre difícil juicio al obrar de otros. Salvando el misterio que hay en cada persona y su obrar, es verdad que observamos el obrar ajeno, tomamos ejemplo, aprendemos o rechazamos lo que otros hacen. Josef Ratzinger indicó en una entrevista que el uso de preservativo por parte de un prostituto podía significar un comienzo de preocupación moral de parte del sujeto en cuestión. O sea, que puede serlo o no, según las circunstancias. Veamos: el objeto del acto es el comercio sexual homosexual, acto intrínsecamente malo moralmente por contravenir un principio primario de ley natural; la intención, obtener dinero; y entre las circunstancias puede estar como instrumento el uso de preservativo; y como motivación adicional, no contagiar o contagiarse enfermedades. En algún caso esta “preocupación” por el otro puede ser un atenuante de algo que ya es muy malo: comercio homosexual por dinero. Pero no siempre lo será. Dependerá de si el sujeto estaba realmente preocupado por la salud del otro y si ha vivido ‘adoctrinado’ por la moral hegemónica de la salud y la higiene.

Lo que puede ser, entonces, una circunstancia atenuante de una acción ya muy grave, no entra en lo que es aconsejable a otros, ni puede fácilmente extenderse a otros casos en que un sujeto utilice preservativo.

Por ejemplo, el uso de preservativo en un acto de fornicación o adulterio más bien indica la mayor malicia del que pensó antes de obrar, pero pensó cómo obrar el mal. La pasión podía atenuar la gravedad; el detenerse a pensar en el preservativo muestra que se podía (que hubo tiempo y premeditación) pensar en la injusticia que se va a realizar. El acto es más grave, incluso dejando de lado la cualidad anticonceptiva que tiene el adminículo como instrumento. Precisamente el uso del preservativo es un signo de la premeditación.

Al que va a realizar una acción gravemente injusta debemos aconsejarle que no la haga (Esto también lo tratamos). Debemos proponerle algo bueno que suplante lo malo que va a hacer. No podemos aconsejar cómo hacer “mejor” el mal. Yo creía que así expresado ya se hacía evidente lo disparatado de una afirmación semejante. Sin embargo, leí en varios medios católicos que la Iglesia aconsejaba también cómo hacer el mal (por ejemplo, en el periódico Cristo hoy, diciembre 2010).

Como es dificil juzgar las intenciones ajenas, me limito a señalar lo erróneo de semejante supuesto, destructivo, por otra parte, de lo que muchos han edificado en estos últimos años desde la cultura de la vida.


 

viernes, 3 de diciembre de 2010

NO SE PUEDE ACONSEJAR EL MAL MENOR

3." ¿Es lícito aconsejar un mal menor al que está decidido a cometer un mal mayor?

Las opiniones son muchas entre los moralistas. Algunos lo niegan rotundamente en todos los casos. Otros lo afirman en todos los casos sin excepción. Otros lo afirman con la sola excepción de que ese mal menor no recaiga sobre otra tercera persona en la que no había pensado para nada el que estaba dispuesto a cometer el mal mayor. Otros lo afirman con tal que; el mal menor sea de la misma especie y esté contenido en el mayor (v.gr., aconsejarle que robe 1000 pesetas en vez de 10.000). Otros, finalmente, lo afirman con tal que el pecador esté dispuesto a cometer el mayor o el menor y sólo vacile sobre cuál decidirse; pero no si para nada habla pensado en el menor, porque entonces se le haría cometer otro segundo pecado (este menor), además del mayor ya cometido en su corazón.

Como se ve, entre tanta diversidad de opiniones es difícil dar una respuesta del todo clara y categórica. Sin embargo, nos parece que la sentencia que niega rotundamente la licitud de aconsejar el mal menor en cualquiera de los casos posibles es, con mucho, la más probable y razonable de todas.

El mal menor es un mal, y no es lícito jamás inducir a nadie al mal, aunque se trate de un pecado venialísimo. No vale decir que al aconsejar el mal menor no se intenta la producción de ese mal menor, sino la disminución del mal mayor, lo cual no deja de ser un bien. Es falso este modo de razonar. Porque lo que procede para alejarle del mal mayor es aconsejarle que desista de él, o proponerle un bien en el que no había reparado, o distraerle para evitar que se entregue al mal, o a lo sumo proporcionarle ocasión de un mal menor sin aconsejárselo; pero jamás aconsejándole un mal aunque sea menor. Si no es lícito jamás inducir a nadie a cometer un pecado leve, ¿por qué lo ha de ser en esta ocasión? De dos males desiguales o iguales no se puede aconsejar ninguno: hay que rechazar los dos. Tanto más cuanto de ordinario se incurrirá en el inconveniente notado por los partidarios de la última opinión indicada, a saber: que se le hará cometer un segundo pecado (el menor), además del mayor ya cometido en su corazón

La ilegitimidad de ese consejo aparece clara con un ejemplo práctico ¿Quién no se admiraría y escandalizaría al oír a un párroco dirigiendose a sus feligreses con estas o parecidas palabras: «Hijos míos, por Dios os pido que no cometáis jamás ningún pecado. Pero, si el demonio os tienta tan fuertemente que no podéis resistirle, haced siempre lo que sea menos malo" Y así, entre un adulterio y una simple fornicación, inclinaos a esta última; entre un aborto o el onanismo conyugal, practicad este último; entre un robo grave y otro leve, contentaos con el leve», etc., etc.? Esto sería manifiestamente escandaloso. Ahora bien: los pecados citados en segundo lugar son ciertamente menos graves que los citados en primero.

En la práctica, cada uno es libre de escoger la opinión que le parece más probable dentro de las propugnadas por los moralistas católicos. Pero la que acabamos de indicar parece objetivamente la más probable y la más en armonía con el dictamen de la prudencia cristiana."

de A. Royo Marín O.P.; Teología moral para seglares; BAC; Madrid 1961; nº 550, 3; p. 412

jueves, 2 de diciembre de 2010

Los católicos que promueven el aborto no pueden comulgar

Enviado por Germán Masserdotti
"Envío la noticia acerca del reportaje del Cardenal Raymond Burke, Titular del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica con la referencia del reportaje completo grabadas en Radio Vaticana (en http://212.77.9.15/audiomp3/00236048.MP3 )

El prefecto de la Signatura Apostólica de la Santa Sede, el ahora cardenal Raymond Burke, reiteró que los políticos católicos que defienden, promueven o apoyan el aborto no pueden recibir la comunión.

El Purpurado que preside lo que podría considerarse como la "Corte Suprema" en el Vaticano, hizo estas declaraciones en vísperas del Consistorio del 20 de noviembre en el que el Papa Benedicto XVI creó 24 nuevos cardenales, incluyéndolo a él.

En diálogo con la periodista Tracey McClure que le preguntó sobre el hecho de que en algunos lugares no se está aplicando esta recomendación de restringir el acceso a la Eucaristía a católicos abortistas, el Cardenal explicó que esta disposición obedece a las normas de la Iglesia.

El cardenal Burke dijo que "sobre la cuestión de si puede recibir la Santa Comunión una persona que pública y obstinadamente defiende el derecho de una mujer a abortar al hijo que lleva en sus entrañas, me parece algo muy claro en los 2.000 años de tradición de la Iglesia: la Iglesia afirmó enérgicamente que una persona que está pública y obstinadamente en pecado grave no debe acercarse a recibir la Santa Comunión y, si él o ella lo hace, entonces se le debe negar la Santa Comunión".

El Prefecto explicó que la sanción de negar la Comunión a una persona que disiente públicamente de las enseñanzas de la Iglesia busca "evitar que la persona cometa un sacrilegio. En otras palabras, evitar que reciba el Sacramento indignamente, ya que la santidad del Sacramento mismo exige estar en estado de gracia para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo".

"Es desalentador que algunos miembros de la Iglesia digan que no entienden esto o que digan que de alguna manera existe un atenuante para alguien que, aunque está pública y obstinadamente en pecado grave, pueda recibir la Santa Comunión", dijo el Cardenal.

"Esta respuesta por parte de muchos miembros de la Iglesia se debe a la experiencia de vivir en una sociedad completamente secularizada, y la idea que está grabada a fuego –el pensamiento centrado en Dios que ha marcado la disciplina de la Iglesia– no la entienden fácilmente los que son bombardeados cada día con una especie de aproximación sin-Dios al mundo y a muchas cuestiones. Es por eso que yo trato de no desanimarme para continuar proclamando el mensaje en una forma que la gente pueda entender".

El Cardenal pidió a los obispos que en este tema no dejen solos a sus sacerdotes frente a los católicos que defienden o promueven el aborto: "no ha sido fácil para mí afrontar esta cuestión frente a algunos políticos católicos. Y he tenido a algunos sacerdotes que me hablan y me dicen qué duro es cuando ellos tienen individuos en sus parroquias que están en una situación de pecado público y grave… y entonces, ellos miran al Obispo para animarse e inspirarse para afrontar esta situación".

Por eso, "cuando un obispo adopta medidas pastorales apropiadas respecto a este tema, también está ayudando mucho a otros obispos, y también a los sacerdotes".

El cardenal Burke también insistió en que es necesario predicar este mensaje "a tiempo y destiempo, tanto si es cálidamente recibido o no es recibido, o es resistido o criticado".+ Ciudad del Vaticano, 30 Nov. 10

lunes, 29 de noviembre de 2010

MAL MENOR, “BIEN POSIBLE”, UNIÓN CIVIL Y OTRAS YERBAS

Dado que se ha publicado en los medios que algún legislador católico promovería una ley de "unión civil de homosexuales" como una alternativa democrática y consensuada para "contrarrestar " el gaymonio, y que supuestamente defiende su posición en una doctrina del mal menor, y busca ampararse en documentos de la Iglesia, nos parece conveniente hacer las siguientes precisiones.

Una persona a quien respeto mucho, sugirió que empezara por el final, es decir, por la inmoralidad de la unión civil.
La injusticia de una ley de  "unión civil"

Para ubicarnos en lo que motiva esta contribución, quiero decir unas palabras sobre la razón principal por la que no puede proponerse ni apoyarse un proyecto de unión civil, ni menos de unión civil homosexual. Porque quizás ese sea el problema. Que no se ve que ya una ley de este tipo es inmoral e injusta. Tampoco se reconoce el escándalo que esto significa.

El matrimonio no es una mera cuestión privada entre un hombre y una mujer (A. M. González; Claves de ley natural; Rialp, Madrid 2006. ). Es ya una sociedad que tiene su propio bien común, pero que a su vez se integra en el Estado. Una ley de matrimonio es de bien común. La unión no matrimonial no aporta al bien común y por tanto sería injusto que se equiparase una unión libre con la matrimonial. Sin embargo, manteniendo la inmoralidad de la unión ‘libre’ heterosexual, esta retiene algo de lo que lo que es natural al hombre. La unión homosexual no, porque contradice de manera total la esencia de la sexualidad humana. La contradice aunque los falsos cónyuges no puedan o no quieran adoptar o hacerse de niños de otro modo.

No puede pensarse que “mientras no quieran adoptar, que hagan lo que quieran”.

Ahora bien, discutir estas cosas es perfectamente inútil. Con aquel que, por alguna enfermedad o perversión moral, tiene ‘interferida’ la sindéresis (la disposición para captar los principios de ley natural) no es posible dialogar. Tampoco con el que los niega teóricamente por cuestiones ideológicas o ‘políticas’. Como enseñara Aristóteles, a esos solamente les caben los argumentos por reducción al absurdo.

Y en nuestro tiempo, C.S. Lewis sostiene que: “…Lo que he llamado por comodidad el Tao, y que otros llaman Ley Natural o Moral Tradicional o los primeros principios de la razón práctica o las primeras perogrulladas, no es uno en una serie de posibles sistemas de valor. Es la única fuente de todos los juicios de valor. Si se lo rechaza, todo valor es rechazado…” . (C. S. Lewis; La abolición del hombre; trad. J.N. Ferro; Buenos Aires, FADES 1983. p. 39.) Por eso dice más adelante que: “… no estoy tratando de probar su validez (de la ley natural) por el argumento del consenso común. Su validez no puede ser deducida. Para aquéllos que no perciben su racionalidad, ni aún el consenso universal se la probaría…” (C. S. Lewis; “Apéndice”; La abolición del hombre; p. 53).

En definitiva, no hay diálogo posible ni ‘consensos básicos’ posibles con los que expresamente y en materia grave niegan la ley natural, como lo es la “unión civil de homosexuales”. En esto las ‘autoridades’ sobran, pero podemos citarlas igualmente. Santo Tomás consideraba la actividad homosexual el peor de los pecados carnales después del bestialismo (S. Th. II-II q 154, a 12), y peor aun que el sacrilegio (S. Th. II-II q 154, a 12, ra 2). Y lo mismo San Buenaventura (Collationes de decem praeceptis; Sextum praeceptum; n 13; [ed. BAC pág. 702]).


Raíces de la moralidad de los actos humanos voluntarios.

Empecemos por hacer un breve repaso (Los manuales recomendables: A. Rodríguez Luño; Etica; EUNSA, Pamplona, 1984. A. Rodríguez Luño; Ética General; EUNSA, Pamplona. M. A. Fuentes;  Conseguir la vida eterna; IVE San Rafael, 2005. J. Palma B.; Manual de moral fundamental; Ábaco de Rodolfo Depalma; Buenos Aires 1998.. M. C. Mazzoni; Introducción a la ética fundamental; Mar del Plata, UFASTA, 2004. ) sobre las causas que constituyen la bondad o maldad moral de un acto voluntario (donde hay advertencia racional y consentimiento de la voluntad). En primer lugar, el objeto moral de un acto voluntario es la esencia de dicho acto, ya que la naturaleza de lo práctico está en su fin intrínseco. Sin embargo, este fin intrínseco puede distinguirse del fin intentado por el agente, entendido como el bien que motiva a realizar aquella acción. Por ejemplo, estudio para saber; escribo un artículo para comunicar lo que he investigado, tomo una medicina para curar cierta enfermedad, corro para tener buena salud, etc. Lo que hago, hice o pienso hacer es el objeto. El objeto puede ser:
  •  bueno moralmente, es decir, que actualiza de modo concreto lo que ordena la ley natural (ayudar, casarse, devolver un préstamo, defender al prójimo, etc);
  • puede ser “indiferente –en abstracto-” desde el punto de vista moral, o sea, que se trata de actos con una bondad “física” o “biológica” (caminar, correr, dormir, comer) o de un hacer útil (cortar, escribir, clavar, etc).
  • Pero también dicho objeto puede ser malo moralmente: (asesinar o maltratar a un inocente, casar personas inhábiles para ello, calumniar, mentir, apropiarse de lo ajeno, no rendir culto a Dios, etc.)

El fin intentado por el agente es aquello para lo cual voluntariamente se obra y solamente puede ser bueno o malo desde un punto de vista moral, aunque no siempre hay coincidencia de un objeto bueno y un fin bueno. Puedo querer servir al bien común, puedo querer satisfacer mi egoísmo, etc. Por eso es que la acción-objeto funciona como un “medio” respecto del fin motivante o intentado.

Por su parte, el mal moral consiste en un acto voluntario cuyo objeto es malo, o sea, que lo que hago, en sí mismo e independientemente de para qué lo haga, es malo. Por ejemplo, cualquier asesino dirá que mató a la víctima para obtener algún beneficio, es decir que tendrá alguna explicación sobre por qué lo hizo; sin embargo, su obrar no estará justificado. También el acto voluntario puede ser malo por dirigir un acto bueno o indiferente hacia un mal fin (como un jefe que otorgase un ascenso a una empleada para volverla su amante).

Además existen circunstancias o determinaciones concretas de cómo, cuándo, dónde, cuánto, cuánto tiempo, con qué, con quién, desde qué rol obro, en privado, en público, etc. Estas circunstancias circunscriben el acto en cuanto a su ejecución concreta. No siempre lo que elegí para hacer ayer es lo que debo hacer hoy.

Para que un acto voluntario considerado en su totalidad sea bueno moralente, todas sus causas (objeto, fin y circunstancias) deben serlo. Bonum ex integra causa.

Para que un acto sea malo, alcanza con que alguna de sus causas sea reprochable moralmente. Malum ex quocumque defectu.

Estos considerandos son válidos en cualquier ámbito del obrar del que se trate. Rigen las acciones individuales y las que realizamos cooperando con otros; rigen las públicas y las privadas; las que hacemos como miembros de un grupo civil o religioso, y las que hacemos como particulares. Se consideran las reglas básicas para un juicio moral aplicable en primera instancia en situaciones complejas como el doble efecto, la cooperación formal y material, y el voluntario mixto o secundum quid.

Hay que recordar también lo afirmado por Paulo VI en su momento: «En verdad, si es lícito tolerar alguna vez el mal menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y, por lo misma indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiera salvaguardar el bien individual, familiar o social» (Enc. Humanae vitae, 14).

El Pontífice recuerda que no es lo mismo tolerar el mal, que cometer el mal: hacer objeto de un acto positivo de la voluntad lo que es intrínsecamente desordenado.

Mal menor

Entonces, si tanto el bien como el mal moral son actos voluntarios y no cosas o situaciones impersonales, ¿qué será el mal menor? Si se tratase de lo que un agente moral se propone hacer, estaríamos ante un mal voluntario simplemente, lo cual siempre es inmoral. En muchos casos lo que se quiere sugerir con la idea de ‘mal menor’ es, en realidad, la de ‘bien menor’ como en el aforismo: lo mejor es enemigo de lo bueno (F. Javier Garisoain Otero; “Doctrina y táctica del mal menor”;  http://secundumnaturamsecundumrationem.blogspot.com/2010/11/doctrina-y-tactica-del-mal-menor.html). Dado que lo voluntario también está en aceptar o consentir lo que otros proponen (por ejemplo, me invitan a dejar mi estudio y salir a tomar un café; es evidente que uno puede aceptar o no), si quiero obtener un objetivo bueno y los medios que se presentan o se me proponen no son los más perfectos, pero son buenos y no hay otros, entonces, para hacer el bien de todos modos, tendría que aceptar el medio bueno que esté a mi alcance.

Pongamos algunos ejemplos de diversos órdenes e importancia:

• quiero comprar una blusa y solamente me ofrecen de un color. Si necesito una inmediatamente y no tengo tiempo de recorrer me convendrá comprarla.

• tengo el propósito de acompañar a un amigo enfermo y no dejarlo solo, pero el sanatorio no autoriza más que un horario restringido de visita. Si no acepto acompañarlo durante ese horario restringido no cumpliré mi propósito.

Estos casos se mantienen dentro del ámbito de lo que es indiferente en abstracto o bueno moralmente.

Ahora bien, esta situación parece presentarse también cuando:

• todos los candidatos entre los que hay que votar ofrecen reparos morales; o

• cuando un legislador debe votar los proyectos de otros.

Lo que “motoriza” la cuestión del ‘mal menor’ en estos casos es que quiero un bien y, por lo tanto, elijo al candidato que no ofrece reparos morales en temas graves (de los innegociables: vida humana, familia, educación, bien común, culto público, etc). Porque, si todos ofreciesen reparos morales en temas graves (gaymonio, unión civil, aborto, etc.), debería anular mi voto, o reconocer que no estoy en una democracia, sino en una tiranía. Y si me parece que estoy en una tiranía debería comportarme según las reglas morales ante la ley injusta o el gobierno injusto (Meinvielle, J. ; Concepción católica de la política; Dictio 1974; pp. 77-84) . Santo Tomás deja bien sentado que jamás puede ni siquiera cumplirse una ley propuesta por otros cuando atenta contra principios primarios de ley natural y divina. ( Cfr. S. Th I-II 96, 4). La ley injusta, emanada del poder de otros, sólo puede tolerarse para evitar el escándalo y en razón de que no se sigan mayores males. Esto solamente en temas donde no se atente de manera directa y grave contra la ley natural o el bien común ( o la ley divina).

Ahora bien, supuesto el segundo caso: que sea legislador, tampoco puedo darle mi voto a un proyecto que es intrínsecamente malo moralmente o injusto (que va de manera explícita contra la ley natural). Y supongamos que solamente hay dos proyectos de reforma de una ley injusta anteriormente sancionada, de los cuáles uno es tan malo como el vigente y otro es restrictivo (y supongamos también, que mi proyecto, que era justo, no llegó a etapa de votación) y debo votar entre esos dos presentados por otros que son injustos en diverso grado; entonces, estoy ante un caso de conciencia o prudencial. Debo discernir cuáles serán las consecuencias reales de votar negativo ambos proyectos o de votar el menos malo o restrictivo. Si sea como fuere que vote, la ley peor fuese a salir igual, no tengo razones para votar la “menos mala”; si votando la menos mala, lograse que la peor no salga, tendría que considerar antes todavía el significado que tendrá mi apoyo a esa ley injusta. El documento “Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales” ( 
sostiene claramente que “…En caso de que el parlamentario católico se encuentre en presencia de una ley ya en vigor favorable a las uniones homosexuales, debe oponerse a ella por los medios que le sean posibles, dejando pública constancia de su desacuerdo; se trata de cumplir con el deber de dar testimonio de la verdad. Si no fuese posible abrogar completamente una ley de este tipo, el parlamentario católico, recordando las indicaciones dadas en la Encíclica Evangelium Vitæ, …Eso no significa que en esta materia una ley más restrictiva pueda ser considerada como una ley justa o siquiera aceptable; se trata de una tentativa legítima, impulsada por el deber moral, de abrogar al menos parcialmente una ley injusta cuando la abrogación total no es por el momento posible.”

La encíclica E. V, n 73 explicita que se trata de una situación a discernir, “…cuando no sea posible evitar o abrogar completamente una ley abortista, un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley…”.

Esto significa que el Papa puso ciertas condiciones:

a) haber hecho todo lo posible por abrogar la ley injusta (esto supone diversos caminos en general, pero tratándose de un legislador supone presentar proyectos que abroguen directamente la ley injusta, o proyectos que limiten algunos de sus efectos negativos: una modificación de la ley de adopción que prohiba la adopción a uniones hosexuales, por ejemplo; o que limite la herencia para el falso conyuge homosexual cuando el otro tenía un matrimonio verdadero anterior; etc. );

b) evitar el escándalo: dar a conocer las razones por las cuales en este caso se votó una ley injusta (por ejemplo, que era un modo de limitar los daños de la anterior ley que no se pudo abrogar completamente, sino sólo en parte; mostrando todos los proyectos que fueron presentados previamente para abrogarla, etc.)

c) que la ley injusta sometida a votación sea propuesta por otros. El parlamentario no puede proponer una ley injusta ni hacerle promoción. ¡Es evidente que si el proyecto es propuesto por el mismo legislador debe ser justo!
El ejemplo de un caso lícito podría ser una ley que limitase la edad gestacional durante la cual pudiese practicarse el aborto.
El Papa no plantea una obligación moral de votar afirmativamente esa propuesta, sino un “caso de conciencia”, no universalizable.

Y el documento de la curia “Consideraciones…” plantea el recurso al n 73 de E.V. cuando ya existe una ley injusta sobre unión homosexual. Y dice que: “…En el caso de que en una Asamblea legislativa se proponga por primera vez un proyecto de ley a favor de la legalización de las uniones homosexuales, el parlamentario católico tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar contra el proyecto de ley…”.

Por ejemplo, en Argentina se propuso una ley de unión civil homosexual al mismo tiempo que se votaba en contra de la ley de “matrimonio” homosexual. Lo cual no es lícito estrictamente porque, primero, no puede proponerse, segundo el documento dice que la primera vez que se propone la ley, la oposición debe ser clara, neta y rotunda.

Esto es muy razonable. Debe pasar un tiempo, durante el cual se hicieron muchos esfuerzos por abrogar la ley, y debe quedar manifiesto a la sociedad que el legislador se opone por todos los medios, antes de tolerar otra ley injusta más restrictiva propuesta por otros.

Después volveremos sobre la cuestión de la injusticia de la “unión civil”.

“Bien posible”

Esto del “bien posible” ha salido a relucir para defender el recurso al mal menor como regla habitual. Se dice que el agente está obligado a hacer siempre el bien, y que, si éste no alcanza a hacer el bien más perfecto, debe hacer el bien “posible”. De esto se seguiría –según algunos- la obligación del mal menor identificado como bien posible.


Sin embargo, hay que distinguir lo que sostiene Aristóteles sobre la deliberación sobre los medios, la cual siempre es sobre las posibilidades reales que tiene un individuo, de este asunto del supuesto bien posible.

• No hay ninguna conexión lógica entre “hay que hacer el bien posible” y “hay que elegir el mal menor”, como sugieren los malminoristas.

• A la primera proposición le falta algo: la palabra ‘todo’. “Hay que hacer todo el bien posible”. O sea, buscar la perfección .
 (Es imposible desarrollar acá eta cuestión. Se puede leer al respecto S. Pinckaers; Las fuentes de la moral cristiana, Pamplona, EUNSA, 1988. J. Pieper, Las virtudes fundamentales, Madrid, Rialp, 1980. La ‘ética de mínimos’ es una ética inhumana e impersonal. Algunos creen que tiene alguna coincidencia con la ley natural. Sin embargo, esto es un error porque la naturaleza humana tiende a la perfección. Cfr. A. M. González; Claves de ley natural; Rialp, Madrid 2006.)

• La segunda proposición es falsa. El mal no debe elegirse nunca como tal. Ni como “menor” ni como “mayor”.

• El bien posible que estoy obligado a hacer siempre estará conectado con las circunstancias de las que hemos hablado más arriba. En este sentido el supuesto ‘mal menor’ será en realidad ‘todo el bien posible que yo puedo realizar ahora’.

• Con estas precisiones no se agrega nada a lo que ya sabíamos. Salvo que el ‘mal menor’ no se identifica con el bien posible.

Doble efecto

Otra conexión que se hace para volver presentable el ‘mal menor’ es la establecida con el ‘doble efecto’.

Se habla de doble efecto en dos casos principales:

- cuando una acción humana voluntaria utiliza un instrumento que produce “físicamente” varios efectos. Es el caso de las sustancias utilizadas como remedio que producen diversos efectos en el organismo, no todos positivos.

- cuando la acción humana tiende de suyo a un objeto bueno moralmente, a causa de un fin bueno, pero de la cual también se siguen otros efectos no queridos por sí mismos. Es el caso de la acción defensiva de la que se siguen, además del impedir los daños al defendido, los daños al agresor. Estos daños pueden llegar incluso a la muerte del agresor, sin que la acción hay consistido estrictamente en procurar su muerte, sino en preservar la de la víctima. También es el caso de la ablación de un órgano o un miembro del cuerpo que conspira contra la vida del organismo.

Todos los moralistas serios señalan que en estos casos no se trata de que ‘el fin justifique los medios’, o de hacer un mal para conseguir un bien, porque esto siempre es inmoral. Se trata de procurar un bien moral que trae aparejado un mal físico (los efectos adversos de ciertos remedios o la privación de un órgano irrecuperable) o un mal de pena (los daños que recibe el agresor, de los cuales él sólo es culpable). Pero la intención del agente no se extiende a estos males, tampoco al de pena (de lo contrario habría venganza y no defensa). Estos males son estrictamente involuntarios, aunque sean en parte previsibles y tolerados.

En el ‘doble efecto’, el objeto al que está ligado indisolublemente el efecto inmediato y principal, debe ser bueno moralmente. Y, por supuesto, también el fin y las circunstancias. Además debe haber una causa proporcionalmente grave como la señalada en los ejemplos. Puede decirse, entonces con seguridad que ‘doble efecto’ no es ‘mal menor’. Pero ¿podría ser que algunos casos de ‘mal menor’ fuesen, en realidad, de ‘doble efecto’?

Veamos; votar una ley gravemente injusta no es, como norma general, un caso de ‘doble efecto’ porque su efecto inmediato es la misma ley injusta. Y esto, aunque sea más restrictiva que otra peor. Los únicos casos lícitos posibles de doble efecto en este tema es que los proyectos a votar no afectasen de por sí los principios innegociables, sino que, aun siendo injustos, permitiesen restringir los alcances de alguna ley injusta vigente sobre principios innegociables; o que se votase afirmativamente ‘en particular’ solamente los artículos no objetables.

Cooperación al mal

Otra posible situación de recurso al ‘mal menor’ es aquella donde se coopera de manera formal o material con el que hace el mal. La cooperación formal al mal es siempre inmoral. La cooperación material también en la medida en que es cooperación.

La cooperación es la participación desde distintos roles en una acción común. Supone la aceptación del fin y objetivos comunes del grupo con el que se colabora, aunque el individuo puede tener también otros objetivos particulares. Las acciones emprendidas en común tienen diversa complejidad y será diverso el grado de responsabilidad según el grado y tipo de participación. Esto es cooperación formal.

Lo que se conoce como cooperación material al mal, es en muchos casos una no- cooperación. La venta de alcohol que pueder consumido en exceso, la venta de armas que pueden ser usadas para un delito, etc. Se trata, en realidad, del manejo, la producción o la venta de sustancias, instrumentos o información peligrosos. Si el sujeto ha puesto todos los recaudos de su parte para que no sean mal usados, no hay nada reprochable en su conducta.

Pero también se considera cooperación ‘material’ el consenso o la ayuda prestada a otro agente que es quien verdaderamente comete el mal. Por ejemplo, dando quorum para que se vote una ley injusta; o al contrario ausentarse cuando el voto propio podría cambiar el resultado en sentido positivo.

La calificación de ‘material’ para este tipo de cooperación es poco afortunado. En realidad es una cooperación formal, no porque se trate de una acción conjunta con el que comete el mal, sino por el concurso formal dado. O sea que aquí es ‘formal’ el consentimiento.

Entre estos casos está también la elección por el voto de candidatos que han anunciado las injusticias e inmoralidades que promoverán o legislarán. O sea, si lo voto yo no me uno a su acción injusta, pero ley doy mi consentimiento. La Iglesia recuerda siempre, ante cada elección de candidatos, que nunca es lícito votarlos cuando se aprestan a menoscabar cualquiera de los puntos innegociables.

Voluntario mixto

En realidad la situación del voto a una ley injusta propuesta por otro en las circunstancias previstas por los documentos de la Iglesia podría encuadrarse en un caso de “voluntario mixto” o secundum quid.

Es una mezcla de voluntario e involuntario. El ejemplo clásico es el del mercader que arroja la carga al mar para no morir. También el del cajero que entrega el dinero al ladrón que amenaza su vida. Estas situaciones están marcadas por la violencia de un agresor o de un mal físico (ladrón, tormenta, etc). Entregar el dinero ajeno o arrojar la carga son males y si fuesen realizados fuera de su contexto de violencia serían actos malos e injustos sin más. Acá se realiza un mal que no se querría realizar si no mediase la violencia. El límite en estos casos está dado por la prioridad de la persona sobre las cosas. Está en juego un principio primario de ley natural frente a uno secundario. No estaríamos en la misma situación si la violencia exigiese la muerte de otro. En ese caso no debo ceder.

El caso de un legislador que votase una ley injusta más restrictiva de otra anterior aun vigente nos parece cercano a esto. Porque el mal se está haciendo: se está votando una ley injusta. Pero se hace igual porque la violencia de la ley injusta ya vigente no puede impedirse y así se aminora. Así volvemos a lo que dijimos anteriormente: en verdad lo único que justifica esta situación es en el fondo una tiranía. Que quizás la del relativismo actual lo sea… Pero, entonces hay que espabilarse que es una tiranía.

De este modo, el consentir y no consentir típico de esta situación de voluntario mixto, está marcado por el miedo a males mayores (perder la vida por la plata, por ejemplo). El caso que nos planteamos tiene que ver con el miedo por la muerte de otros (leyes de aborto o eutanasia) o por la posibilidad de adoptar que otorga a los homosexuales el ‘matrimonio’ entre personas del mismo sexo, con el peligro de daño moral y posible abuso de menores que estas situaciones conllevan.

De este modo puede verse lo complicado y lo prudencial de semejante situación. La Encíclica dice ‘puede ofrecer apoyo’; no dice, ‘debe’. Porque no puede universalizarse lo que de por sí es, o mejor son, ‘casos de conciencia’.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Sobre los dichos del Papa, las mentiras de los medios y una lección para los católicos

por Felipe Widow Lira en http://viva-chile.cl

"Prácticamente todos los medios noticiosos del mundo han sacado en grandes titulares la que podría ser la noticia religiosa del año: “Papa considera en ‘algunos casos’ justificado el uso del preservativo, como cuando se hace para evitar el SIDA” (El Mercurio), “El Vaticano amplía los casos del uso del condón contra el SIDA” (La Tercera), “El Papa justifica el uso del condón en casos particulares” (ABC de Madrid), “La OMS celebra la justificación parcial del preservativo de Benedicto XVI” (El País, España) “Por primera vez, la Iglesia Católica ha dicho sí al condón” (El Mundo, España), “El Papa aceptó por primera vez el uso del preservativo” (Clarín, Argentina), “In Rare Cases, Pope Justifies Use of Condoms” (The New York Times, EE.UU.), “Pope: Condoms May Be Justified” (The Sun, Inglaterra).

Prácticamente todos los medios noticiosos del mundo, en consecuencia, han mentido. O, al menos, no han entendido nada de las palabras del Papa. ¿Qué es lo que éste ha dicho? Que en algunos casos aislados “por ejemplo, cuando un prostituto utiliza un preservativo” esto podría ser, dice el Papa, “un primer acto de moralización, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una conciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Pero ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH. Tal modalidad ha de consistir realmente en la humanización de la sexualidad”. Y cuando el periodista insiste, preguntando si “Significa esto que la Iglesia católica no está por principio en contra de la utilización de preservativos”, el Papa reafirma la idea anterior “Es obvio que ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana”.

¿Y no significa esto, acaso, que el Papa ha justificado, para unos casos muy particulares, el uso del condón, aunque sólo sea como elección del mal menor? Pues no. No significa que el Papa haya justificado el uso del condón. Ni menos aún como elección del mal moral menor, porque nunca es lícita la elección de un mal moral, aunque sea aparentemente menor que otro también elegible (y esto lo ha enseñado así la Iglesia desde siempre y este Papa no ha cambiado tal enseñanza, de seguro no en esta entrevista) y porque, en el acto sexual entre un hombre y una mujer, el empleo del condón aumenta la malicia del acto, no la disminuye, ya que desnaturaliza más gravemente el uso de la sexualidad (lo cual también ha sido enseñado por la Iglesia de modo definitivo. Enseñanza que este Papa ha confirmado en múltiples ocasiones).

El error en que han caído (o han querido caer) los medios de comunicación ha sido el de ver un juicio inmediatamente moral allí donde lo que hay es un juicio psicológico (que es moral sólo de un modo indirecto): el Papa no ha hecho un juicio inmediatamente moral acerca de la elección del uso del preservativo (o, más bien, sí lo ha hecho, pero en el sentido exactamente contrario a aquél en que han sido entendidas sus palabras: cuando niega que el uso preservativo sea una solución moral, afirma implícitamente que es inmoral –porque en materia de elección no hay puntos intermedios entre la bondad y la malicia– y que, por tanto, nunca es lícito elegir el empleo del mismo). ¿Y en qué consiste este juicio psicológico? En la afirmación de que quien usa el condón para evitar el contagio de terceros ha integrado –en medio del desorden de su acto– una consideración hacia el bien del otro que lo pone, psicológicamente, más cerca de una conciencia recta, que es aquella que reconoce un orden objetivo al que es necesario ajustar la propia conducta, y sin la cual (es decir, sin esa conciencia recta) resulta imposible la “humanización de la sexualidad”, esto es, el reconocimiento de los fines propios de la actividad sexual, y la ordenación de la misma a aquellos, de modo tal que el acto sexual pueda integrarse a la perfección natural y sobrenatural del hombre.

Esto lo han explicado diversos teólogos morales con ejemplos muy claros: el asaltante de bancos que elige realizar su acción con una pistola descargada, para asegurarse de que nadie saldrá muerto o herido, ha hecho una elección mala, que de ningún modo puede ser justificada (y menos con el erróneo argumento de la elección del mal moral menor). Lo único justificable, en su caso, sería la elección de no asaltar el banco. No obstante, sí podríamos afirmar que, en el hecho de tener presente algún bien de sus víctimas (aunque de modo deforme e incompleto), se encuentra una seña de un estado psicológico más próximo a la “humanización de las relaciones con sus asaltados” que si la vida y salud de los mismos le fuera indiferente. Parece ser que tal seña nos revela una conciencia no absolutamente dormida. Nos entrega la esperanza de que el asaltante, alguna vez, termine por salir de su propia inmoralidad, reconociendo el orden de la justicia al que ha faltado hasta ahora. Lo mismo podríamos decir del asesino a sueldo que emplea métodos indoloros, o del ladrón que no asalta a ancianos indefensos, etc. Y a nadie se le ocurriría pensar que, en la constatación de una tal conciencia psicológicamente más próxima al recto orden moral, haya una justificación o autorización del asalto de bancos con pistolas descargadas, o del asesinato con métodos indoloros, o del asalto a personas en situación de defenderse…

El caso del preservativo tiene una dificultad añadida en el hecho, que más arriba señalábamos, de que su uso no aminora la maldad objetiva del acto (como sí la aminora el asaltar con un arma descargada, respecto del asalto con disposición de matar; el uso de un método indoloro, respecto del asesinato agravado por la crueldad, etc.), sino que la aumenta, por hacer del acto sexual un acto más gravemente desnaturalizado (supuesto que nos hallamos frente a un verdadero acto sexual, y no frente a una aberración. En este último caso, de cualquier modo, quizá el preservativo no pueda añadir más desorden, pero lo que es seguro es que no puede atenuar la malicia del acto aberrosexual). No obstante, que un acto objetivamente más malo suponga un estado psicológico menos desordenado no es necesariamente contradictorio, y se pueden encontrar diversos ejemplos semejantes. Pongamos ahora uno próximo en cuanto a la materia: si un adolescente, excitado su apetito sexual por una mujer que le intenta seducir, elige masturbarse en vez de concurrir al acto sexual con ella, porque le asusta llegar “tan lejos” (esto es, que de un modo vago y confuso presiente la sacralidad de aquella unión y, movido por una suerte de temor reverencial, comprende que aquello no puede reducirse a la mera obtención de placer; a la vez que no percibe la magnitud del desorden que hay en el acto de onanismo), lo que ha hecho es elegir un acto objetivamente más grave (en la masturbación hay más desorden moral que en la fornicación, porque está más gravemente desordenada la naturaleza de la sexualidad) pero, no obstante, es posible que “psicológicamente” esté más cerca de la “humanización de la sexualidad”, esto es, del reconocimiento del orden objetivo de la misma, y de la conformación de su conducta con tal orden.

Este es, pienso, el verdadero alcance de las palabras del Papa en su entrevista con Peter Seewald. Ni revolución moral ni, si quiera, pequeño giro doctrinal. Simplemente un juicio contingente (y, por lo mismo, opinable y discutible) sobre lo que podríamos llamar “psicología del pecado”. Es más, si a mí me preguntaran, diría que la opinión psicológica del Papa, en este punto, es bastante poco probable. Podría dar muchas razones que ahora tan sólo enumero parcial y desordenadamente: es improbable, aunque bien es cierto que no imposible, que un prostituto, prostituta u otro agente moral semejante, elija el uso del preservativo en orden al bien de otro y no al del suyo propio; pero aún en aquella posibilidad, la “seguridad” que el condón otorga en el uso desordenado de la sexualidad parece que, lejos constituirse en un “primer paso” hacia la moralización, opera como un opio que adormece aún más la conciencia, al no enfrentar al sujeto a las consecuencias de sus actos; de hecho, tal impresión de “seguridad” facilita la reincidencia pertinaz en el acto desordenado; queda también facilitada la concurrencia de voluntades diversas a la realización de un mismo pecado, aumentado así las ocasiones de pecar; la falsa pedagogía moderna de la “responsabilidad” en el uso del profiláctico, ciega aún más, a quien lo usa, respecto de la malicia de su acción; y podríamos añadir un largo etcétera.

Y me atrevo a ir un poco más allá: no sólo no estoy de acuerdo con esta opinión de psicología moral del Papa, sino que me duelo con amargura de la oportunidad con que han sido publicadas sus declaraciones. La confusión producida parece dar testimonio suficiente de la inoportunidad de tal publicación. De cualquier manera, creo que, por encima de esta cuestión, los católicos debemos sacar, de este tipo de circunstancias, una importantísima lección: nos ha sido prometido, y cumplido, que la Iglesia no errará jamás en la definición de aquellas cuestiones que son necesarias para la salvación, pero el camino hacia y desde aquellas definiciones no está exento de ripios y obstáculos. Y aunque nuestros pastores, encabezados por el Santo Padre, tienen la misión de enseñarnos, tampoco ellos están absolutamente libres de aquellos ripios y obstáculos (por ello, la misma Iglesia nos ha dado los instrumentos necesarios para distinguir el magisterio extraordinario del ordinario, y éste de las opiniones particulares y privadas de los pastores, incluso del Papa. El propio Benedicto XVI, cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dio a la luz uno de los documentos más aclaratorios que, sobre esta materia, se han publicado en los tiempos recientes: la Nota doctrinal ilustrativa sobre la fórmula conclusiva de la “professio fidei”. Es más, en la misma entrevista aquí comentada, el Papa se ha referido a los límites de su propia infalibilidad como sucesor de Pedro, insistiendo en el hecho de que sus opiniones, aún teológicas, son tan falibles como las de cualquier mortal). Nuestro deber es acompañarlos –a nuestros pastores– con la oración, para que el Espíritu Santo los asista en la difícil misión que llevan sobre sus hombros y, a la vez que les prestamos filial y dócil atención, mantenernos rigurosamente apegados a aquello que ya se nos ha enseñado con la seguridad de lo definitivo, para que no entorpezcamos nosotros, con la propia confusión, este difícil camino de la Iglesia hacia su plena identificación con Cristo, que es la única Verdad."