"...es mayor el tiempo que debo agradar a los de abajo que a los de aquí. Allí reposaré para siempre. Tú, si te parece bien, desdeña los honores de los dioses." Antígona, Sófocles.



Mostrando entradas con la etiqueta APOSTASÍA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta APOSTASÍA. Mostrar todas las entradas

viernes, 2 de septiembre de 2011

JUSTIFICACIÓN ELÍPTICA DEL ABORTO A TRAVÉS DE LA DISTORSIÓN DE LAS PALABRAS

por Juan Carlos Monedero (h)


En otras ocasiones hemos hablado de la importancia de las palabras y del escamoteo de la verdad que tiene lugar cuando éstas son manipuladas, impidiendo a los oyentes arribar al conocimiento de ciertas cosas. Ilustremos esto con algún ejemplo.

A principios del año 2009 tuvo lugar en Brasil el aborto provocado de una niña que llevaba un doble embarazo –producto de una violación–, caso que cobró bastante notoriedad. La Conferencia Episcopal brasileña hizo público, una vez conocida la realización del crimen, que la pertinente excomunión era automática e inmediata. Acto seguido, desde Roma, el Arzobispo Rino Fisichella –entonces Presidente de la Pontificia Academia para la vida– dió a conocer mediante L´Obsservatore Romano un artículo que desautorizaba al clero brasileño. Este artículo expresaba determinada opinión que nos servirá de trampolín para entender ciertas consideraciones semánticas y terminológicas. A fin de preservar la identidad de la niña, se usó el seudónimo de Carmen. Leamos algunos de sus fragmentos (Cfr. Del lado de la niña brasileña. http://www.revistacriterio.com.ar/sociedad/del-lado-de-la-nina-brasilena/):

 “Carmen debía ser, en primer lugar, defendida, abrazada, acariciada con dulzura para que pudiera sentir que todos estábamos con ella; todos, sin distinción. Antes de pensar en la excomunión era necesario y urgente salvaguardar su vida inocente y elevarla a un nivel de humanidad del que nosotros, hombres de Iglesia, deberíamos ser expertos anunciadores y maestros. No ha sucedido así y, lamentablemente, se resiente la credibilidad de nuestra enseñanza que se presenta, a los ojos de muchos, como insensible, incomprensible y exenta de misericordia. Es verdad que Carmen llevaba en su seno otras vidas inocentes como la suya, si bien fruto de la violencia que han sido eliminadas; sin embargo, esto no basta para abrir un juicio que pese como una maza”.

Caben varias aclaraciones, elementales pero ignoradas. Para la Jerarquía brasileña “el juicio que pesa como una maza” no recae –obviamente– sobre la niña de entonces 9 años; recae sobre los asesinos del niño por nacer. No habiendo conciencia de pecado, resulta inconsistente sostener que la víctima es acusada. Vista así las cosas, no se entiende por qué sería contraria la consideración y delicadeza para con Carmen, por un lado, y la declaración de la excomunión expresada por los obispos, por otro; a menos –y ésto es lo que se sugiere– que la práctica de la misericordia se encuentre reñida con la práctica de la justicia.

Sigamos leyendo:

“En el caso de Carmen se han enfrentado la vida y la muerte. Debido a su corta edad y sus precarias condiciones de salud, corría serio peligro su vida por el embarazo. ¿Cómo actuar en estos casos? Ardua decisión para el médico y para la misma ley moral. Opciones como esta, si bien con una casuística diferente, se repiten a diario en las guardias hospitalarias y la conciencia del médico se encuentra sola consigo misma en el acto de tener que decidir qué es lo mejor. De todas maneras, nadie llega a una decisión de este tipo con ligereza; es injusto y ofensivo el sólo pensarlo”.

Es difícil no quedar desconcertado ante la lectura de estas líneas, en las que asistimos a la mixtura de cuestiones subjetivas y objetivas, no sólo enlazando indebidamente unas con las otras sino reduciendo y debilitando la cuestión de fondo: la cuestión de justicia. Digámoslo todo: nunca está permitido cometer un mal moral para conseguir un bien. El fin no justifica los medios. ¿Qué importancia tiene que la decisión de matar llegue “con desenvoltura” o sin ella? Es puramente anecdótico. Lo principal es determinar si es ético –o no– cometer el aborto, independientemente de cuánto se lo haya pensado.

Salta a la vista además que la conciencia del médico nunca se encuentra “sola consigo misma” en “el acto de deber decidir qué es lo mejor que se debe hacer”, pues lejos se haya el tema del aborto como cuestión de infundadas y conjeturadas resoluciones, sino por el contrario repleta de contundentes evidencias. El médico no “decide” qué es “lo mejor”: lo mejor es independiente de su decisión. Solo por ignorancia culpable puede desconocer un médico si el aborto es un crimen. Incluso en el caso que dudara honestamente de ello –hipótesis que admitimos a regañadientes– se encuentra obligado a no obrar hasta no resolverla, máxime si se haya en juego una vida humana.

El sólo el hecho de preguntarse Fisichella cómo actuar en estos casos, sugiere que la regla universal de que nunca es lícito cometer un aborto no es tan universal como la enseñanza de la Iglesia prescribe. Nadie se pregunta cómo juzgar moralmente respecto del robo; nadie se pregunta cómo juzgar una violación; nadie se pregunta cómo juzgar un acto de terrorismo.

Ahora bien: si este determinado caso requiere “más deliberaciones” que las ya existentes, evidentemente éstas no son suficientes. Traduzcamos: la regla general de que “todo aborto es un mal” no es regla general. Así, el aborto –artilugio de Fisichella mediante– estaría justificado en algún caso.

“Carmen vuelve a proponer uno de los casos morales más delicados; tratarlo a la ligera no le haría justicia a su frágil persona ni a cuantos están involucrados, con diferentes roles, en esta historia. De todas maneras, como cada caso singular y concreto amerita ser analizado en su peculiaridad y sin generalizaciones”.

Nuevamente se establece una falsa oposición entre misericordia y justicia: de un lado, quienes tratan a la niña con “delicadeza”. Del otro, los fríos teóricos de la moral que condenan el homicidio del nonato, engañosa disyuntiva cuyo único efecto es perturbar la objetividad del juicio que nos merece el aborto. La intención es demorar siquiera la justa condena que este acto nos merece.

Parece poco: sólo “demorar” la condena. El problema es que concediendo aquello –no “generalizando”, reconociendo que este caso hubiese debido “ser analizado en su particularidad”, etc.–, en el fondo lo que el Arzobispo Fisichella está diciendo es que los principios y juicios morales del Magisterio de la Iglesia podrían eventualmente ser inaplicables a algún caso concreto.

Ahora bien, un principio tiene carácter universal y necesario. Si deja de tener vigencia en un caso, entonces ya no sería tal. ¿Qué quedaría de un principio si se encontrara por debajo y no por encima de su aplicación?

¿Quién podría estar en contra de la delicadeza para con la pobre niña víctima de la violación? El artículo de Fisichella registra varias frases como éstas, tan lejanas a la doctrina católica como empeñadas en polemizar lo obvio.

Un análisis más profundo impone nuevas observaciones. La acentuación de los aspectos subjetivos desplaza, lenta pero claramente, la luz existente sobre el problema de fondo. El Arzobispo Fisichella contrapone esta cuestión subjetiva a la objetiva; al responder a la primera de determinada manera, busca vincular y proyectar el primer juicio hacia la segunda –como si éste se desprendiera de aquél–, cuando evidentemente se trata de dos problemas absolutamente distintos. Resultado: una falsa misericordia que termina pisoteando la justicia. Hay una voluntad de esconder una verdad detrás de otra.

Lo que se nos está diciendo es que el principio de que “todo aborto provocado es pecado” no es un principio. Por eso desconcierta leer más adelante este párrafo:

El aborto provocado siempre ha sido condenado por la Ley Moral como un acto intrínsecamente malo y esta enseñanza permanece inmutable hasta nuestros días desde los albores de la Iglesia. El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes –documento de gran apertura referido al mundo contemporáneo– utiliza de manera inesperada palabras inequívocas y durísimas contra el aborto directo. La misma colaboración formal constituye una culpa grave que, cuando se realiza, conduce automáticamente fuera de la comunidad cristiana”.

 Si es intrínsecamente malo, preguntamos nosotros, ¿por qué lo justifica Monseñor Fisichella?

Con una diferencia de muy pocos centímetros, el autor afirma y niega lo mismo. Tiene lugar el sí y el no dados simultáneamente: “siempre” ha sido condenado el aborto provocado, pero en este caso condenarlo es propio de “tratos apresurados”.

El final del artículo es realmente escandaloso: “Carmen, estamos de tu parte”. ¿Los obispos brasileños no lo están?:

“Compartimos contigo el sufrimiento que probaste, quisiéramos hacer de todo para restituirte la dignidad de la que fuiste privada y el amor del que tendrás aún más necesidad. Son otros los que merecen la excomunión y nuestro perdón, no quienes te permitieron vivir y te ayudaron a recuperar la esperanza y la confianza, no obstante la presencia del mal y la perversidad de muchos”.

Las noticias hablan que la niña, a pesar de su doble embarazo, no tenía problemas con el mismo. Es decir: ni siquiera en la falsa lógica de los que admitirían el aborto en caso de peligro para la madre, hubiese tenido sentido alguno. Pero aquí hay palabras que no pueden ser desatendidas: ¿Quiénes son los que “han permitido vivir” a Carmen sino los médicos que asesinaron impunemente a sus hijos? Si “son otros” los que merecen la excomunión, los médicos abortistas no la merecen.

Y si ellos la “ayudarán a recuperar la esperanza y la confianza, a pesar de la presencia del mal y la perversidad de muchos”, ¿qué queda sino pensar en la aprobación formal de Fisichella para con este acto injusto y homicida?

No cabe duda que es justo calificar al artículo del Arzobispo como frontalmente opuesto a la doctrina de la Iglesia en lo relativo a la cultura de la vida.


* * *

Ahora bien, alguien podría decir que estamos forzando las palabras del Arzobispo. No sería una observación para desatender, puesto que somos muchos los que tenemos y practicamos una debida consideración para las autoridades de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Quienes nos objeten realmente preocupados por este punto, encontrarán –lo esperamos y deseamos– sus dudas resueltas. Porque si hubiese alguna duda de lo que realmente dijo el Arzobispo, si acaso interpretásemos mal este artículo o hubiésemos exagerado o desfigurado su sentido original, las declaraciones de los grupos abortistas servirán seguramente para clarificar cualquier observación.

Frances Kissling, presidente de honor de Catholics for Choice, escribió el 23 de marzo del 2009, poco más de una semana luego del artículo de Fisichella, lo siguiente:

En un estupefaciente cambio de rumbo en la estrategia del Vaticano, que consiste en no desviarse de su posición según la cual el aborto no debería jamás ser permitido, incluso para salvar la vida de una mujer, el más alto funcionario bioético del Vaticano, el Arzobispo Rino Fisichella, señaló que los doctores que, en Brasil, realizaron un aborto en una nena de 9 años, embarazada de mellizos de 15 semanas, no merecen la excomunión”.

Y también:

“Si los médicos tuviesen conciencia del hecho que alguien, alto en la jerarquía, reconoce que esas situaciones son dilemas morales en las cuales la conciencia debe decidir lo que está bien o mal, ellos podrían decidir que ellos pueden ofrecer el servicio de aborto”.

Kissling entendió perfectamente: la conciencia debe decidir qué es lo bueno, qué lo malo. No es ya rectora la ley moral natural, objetiva, ni las enseñanzas infalibles de la Iglesia que la manifiestan. Con perfecta lógica deduce lo pérfidamente sugerido por Fisichella: los médicos “pueden ofrecer el servicio de aborto”. Concluye entonces:

Se puede apostar que un clamor va a elevarse proveniente de los ultraconservadores en la Iglesia, tal vez una clarificación por el mismo Arzobispo, pero el hecho es que él ha entreabierto una puerta a través de la cual pueden infiltrarse mujeres, médicos, decididores políticos. Estoy agradecida por los pequeños regalos

[Declaraciones de Frances Kisling, presidente de honor de Catholics for Choice, reproducidas por Mons. Michel Schooyans, Profesor Emérito de la Universidad de Lovaina. Memorándum, trabajo entregado a todos los miembros de la Curia Romana, con fecha 6 de junio de 2009, a propósito de las declaraciones realizadas por el Arzobispo Rino Fisichella el 17 de marzo en la publicación Obsservatore Romano (la negrita es nuestra). El Memorándum puede leerse en Internet: http://promoverlavida.blogspot.com/2009/06/memorandum-de-michel-schooyans-la-curia.html. Reproducimos solamente el punto 2 en el cual formula su acusación al Arzobispo: El argumento central de RF (Rino Fisichella) es que el doble aborto estaba justificado por la compasión para con la niña, y por compasión para con los médicos que ejercieron su libertad de elección. RF no recomienda la compasión para con los mellizos abortados. Constatemos simplemente que RF admite aquí el aborto directo”]

Si alguien pensara que criticando al Arzobispo estamos cometiendo un pecado contra la autoridad, una falta de humildad o una desobediencia, le recordaríamos cortésmente que este jerarca está defendiendo el asesinato de una persona:



Feto de 15 semanas

feto de 10 semanas






martes, 26 de octubre de 2010

“Si el pastor no es obediente, el rebaño es conducido fácilmente a la confusión y al error”

de Info Católica

"El prefecto de la Signatura Apostólica comenzó su conferencia a los líderes pro-vida de 45 países, reunidos en Roma en el Congreso-Oración Mundial de la organización Human Life International, afirmando que la sociedad se encuentra en “un período de duro y crucial combate” por la promoción de una cultura de la vida, agravado por la tentación de relativizar la autoridad del Magisterio, contrastándolo “con su individualismo y búsqueda de sí mismo”.

Mons. Burke reclamó en primer lugar a los obispos que prediquen la ley moral natural, recordándoles que el Papa Benedicto XVI exhortó a los obispos “a ser conscientes de los retos de la hora presente y tener el coraje para hacerles frente”. Al destacar que el obispo, como principal maestro de la fe y la moral en su diócesis, tiene la especial “carga pesada y constante” de dar sana doctrina, el prelado hizo hincapié en que la obediencia al Magisterio es una virtud, que se obtiene “a través de la práctica” de tal obediencia.

El Prefecto, que también es miembro de la Congregación para los Obispos, resaltó que “tanto los obispos como los fieles” deben obedecer al Magisterio, que definió como la doctrina de Cristo tal como es transmitida por el sucesor de Pedro y los obispos en comunión con él. “Cuando los pastores del rebaño son obedientes al Magisterio”, entonces “los miembros del rebaño crecen en la fidelidad y el seguimiento de Cristo por el camino de la salvación”, dijo. “Si el pastor no es obediente, el rebaño es conducido fácilmente a la confusión y al error”. Citando al profeta Zacarías, dijo que el pastor puede ser “especialmente tentado” por Satanás, que sabe que “si puede paralizarle, tendrá más fácil su tarea de dispersar al rebaño”.

Las dificultades para obedecer

“La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios”, subrayó Mons. Burke, y recordó las palabras de un sabio profesor de derecho canónico que a menudo decía a la clase que “cuando hay problemas con la castidad, hay problemas con la obediencia”. La rebelión contra la verdad moral, señaló, “es una rebelión contra Dios y todo lo que nos enseña”.

Reconoció que la obediencia al Magisterio es “difícil de enseñar”, agregando que “Satanás no duerme” y en la cultura de hoy, tienta a la humanidad a actuar “como si Dios no existiera”. Satanás defiende “un individualismo radical y el propio interés, que nos aleja del amor de Dios y el amor de unos a otros”, dijo.

El prelado destacó también que la cultura de hoy “nos invita a creer lo que nos agrada y rechazar lo que nos resulta difícil”, lo que conduce a un “catolicismo de cafetería”, que “escoge y elige qué partes de la fe llevar a la práctica”.

El rechazo de la Humanae Vitae y sus consecuencias

Mons. Burke, que es también miembro de la Congregación para los Obispos, afirmó que

el ejemplo más trágico de la desobediencia de la fe, también por parte de algunos obispos, fue la respuesta a la Carta Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI, publicada el 25 de julio de 1968: Tras su publicación, la encíclica fue rechazada por muchos dentro de la Iglesia Católica por muchos, incluyendo sacerdotes y obispos, que habían creído que la Iglesia cambiaría su postura sobre la anticoncepción. Las consecuencias de esa disidencia, dijo, han llevado a muchos católicos a una vida habitual de pecado en lo que se refiere a la procreación y la educación de la vida humana”.

Anteriormente, había puesto de relieve un presupuesto de la actual batalla para preservar una cultura de la vida, que es “una visión errónea de la sexualidad humana, que trata de eliminar por medios mecánicos o químicos la naturaleza esencialmente procreativa del acto conyugal”. Y agregó:

“La llamada mentalidad anticonceptiva es anti-vida y la manipulación del acto conyugal, como el Papa Pablo VI proféticamente preveyó, ha dado lugar a muchas formas de violencia en el matrimonio y la vida familiar”. “Una vez que la unión sexual deja de entenderse según su propia naturaleza, la procreación, se abusa de la sexualidad humana en formas que son profundamente perjudiciales y en formas destructivas para los individuos y para la misma sociedad”.

La respuesta, dijo, es el avance de la cultura de la vida, a través de la “proclamación de la verdad de la unión conyugal en su plenitud y la corrección del pensamiento anticonceptivo que teme a la vida, que teme la procreación”.

Desobediencia pública a la doctrina y moral católicas

El arzobispo Raymond Burke se refirió luego a la tendencia actual a compartimentar la fe, y la “hipocresía” de algunos católicos cuando intervienen en la política, medicina, negocios u otras actividades humanas, diciendo que personalmente apoyan la verdad respecto a la inviolabilidad de la vida humana inocente e indefensa, pero cooperando luego con los ataques contra los no nacidos, los enfermos, o las personas con necesidades especiales.

Lamentó que muchos hayan llegado a confundirse acerca de “las verdades más elementales”, como la dignidad inviolable de la vida humana inocente desde la concepción hasta la muerte natural, y el matrimonio entre un hombre y una mujer “como la primera e insustituible” fuente de la vida y de la sociedad. También se refirió a quienes se llaman a sí mismos católicos, pero apoyan el reconocimiento por el Estado del matrimonio del mismo sexo. “No es posible ser un católico practicante y actuar uno mismo en público de esta manera”, dijo entre aplausos.

El escándalo público

Las palabras más fuertes de Mons. Burke se refirieron a la ausencia de reparación pública por el daño causado por la desobediencia al Magisterio. Tales acciones u omisiones, en relación con leyes que destruyen la vida humana inocente, dejan a los ciudadanos en general “confundidos”, conduciéndolos al error “sobre los principios básicos de la ley moral”. Señaló que hoy hay gran temor a hablar de escándalo, como si fuera un fenómeno propio de personas de “mentes estrecha o ignorante y por lo tanto una herramienta usada por algunas personas para condenar a los demás precipitada y equivocadamente”.

El Prefecto de la Signatura Apostólica expresó una preocupación, con la que sintonizaba plenamente con los activistas católicos pro-vida que asistían a su conferencia: “Una de las ironías de la situación presente es que quien se escandaliza por la actuación pública gravemente pecaminosa de otro católico es acusado de falta de caridad y de crear división dentro de la unidad de la Iglesia”, dijo. “Ahí se ve la mano del Padre de la Mentira, que trabaja para descartar que pueda darse el escándalo o para ridiculizar e incluso censurar a quienes lo sufren”, añadió.

La advertencia del Señor a quienes inducen a otros a pecar fue muy contundente, recordó a los oyentes. Por esta razón, dijo, la “disciplina perenne de la Iglesia prohíbe dar la Sagrada Comunión o las exequias religiosas a qienes persisten, después de haber sido amonestados, en estado de grave violación de la ley moral”.

“Se dice que esta disciplina que la Iglesia ha observado a lo largo de los siglos pretende dar un juicio sobre el destino eterno de un alma, juicio que sólo pertenece a Dios, y que por tanto puede ser obviado”, explicó. “Por el contrario, es esa acción pública del alma la que viola la ley moral, y daña profundamente a todos los que han sido confundidos y llevados a error por estas acciones”. “La Iglesia encomienda a todas las almas a la misericordia de Dios, que es mucho mayor que cuanto podemos imaginar, pero esto no le exime de proclamar la verdad de la ley moral, también mediante la aplicación de su doctrina permanente, por el bien de la salvación de todos”, aseguró.

La reparación pública

Mons. Burke añadió que “cuando una persona ha apoyado o cooperado culpablemente en actos gravemente pecaminosos, llevando a muchos al error y la confusión sobre cuestiones fundamentales en materia de respeto a la vida y la integridad del matrimonio y la familia, su arrepentimiento de estas acciones también debe ser público”.

Hizo hincapié en que la responsabilidad es “especialmente grave” para los líderes políticos. “La reparación del escándalo comienza con un reconocimiento público de su propio error y una declaración pública de adhesión a la ley moral”, explicó. “El alma que reconoce la gravedad de lo que ha hecho entiende de inmediato la necesidad de reparar públicamente”.

La verdad en la caridad y la unidad de la Iglesia

“En el pensamiento de una sociedad gobernada por la tiranía del relativismo y donde la corrección política y el respeto humano es el criterio último de lo que hay que hacer, la idea de que pueda llevarse a alguien a equivocarse moralmente no tiene mucho sentido”, dijo. Lo que considera perjudicial, continuó, es que “alguien no respete lo políticamente correcto y por lo tanto sea un perturbador de la llamada paz social”. El Prefecto de la Signatura Apostólica continuó reflexionando:

Pero mentir o no decir la verdad no es nunca señal de caridad. Una unidad que no esté basada en la verdad de la ley moral no es la unidad de la Iglesia. La unidad en la Iglesia se fundamenta en decir la verdad en la caridad. La persona que es escandalizada por acciones públicas de católicos que son gravemente contrarias a la ley moral, necesitan que la Iglesia repare lo que es claramente una grave herida en Su vida. Si esa persona no se escandalizara por el apoyo público a los ataques contra la vida humana y la familia, sería porque su conciencia estaría ofuscada o deformada en relación con las realidades más sagradas”.

“La batalla es feroz y las fuerzas contrarias son muchas y muy inteligentes –concluyó– pero la victoria ya ha sido ganada, y el vencedor nunca deja de acompañarnos en nuestra lucha”.



martes, 5 de octubre de 2010

LA IMPOSTURA DE LA IGUALDAD RELIGIOSA NEGADORA DE DIOS

NOTICIAS GLOBALES, Año XIII. Número 940, 47/10. Gacetilla n° 1063. Buenos Aires, 04 octubre 2010 (1063) REINO UNIDO: LA RELIGIÓN DE LOS DRUIDAS

Por su interés, reproducimos un artículo de Juan Manuel de Prada, publicado en ABC de Madrid, el 4 de octubre de 2010, relacionado con NG 1062

REINO UNIDO: LA RELIGIÓN DE LOS DRUIDAS. ABC.es, 4 de octubre de 2010, Madrid. Por Juan Manuel de Prada

"¡POR Tutatis! Las autoridades británicas han reconocido el druidismo como «religión genuina». En lo que obran con gran coherencia y rectitud, considerando el concepto de religión que postulan. Un atisbo de lo que las autoridades británicas entienden por religión nos lo ofrecía aquel texto descacharrante que el bueno de David Cameron perpetró, con motivo de la reciente visita al Reino Unido de Benedicto XVI, a quien dispensó los mismos piropos que podría haber dirigido… al mismísimo druida de Stonehedge. Cameron hilaba allí una sarta de paparruchas buenistas que no se le habrían ocurrido ni a un fulano que acabase de zamparse un guiso de setas lisérgicas aderezadas con anisete: que si la Iglesia católica «es un socio en la búsqueda para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio», que si la Iglesia católica «es una aliada en la campaña global contra el cambio climático», que si la Iglesia católica colabora con «otros grupos de fe en los temas de bienestar», etcétera. La mera imagen de una Iglesia católica colaborando en temas de «bienestar», aliada en la campaña global contra el cambio climático y empeñada en alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio causaría irrisión... si no fuera porque antes causa horror; pues así, exactamente así, es como San Pablo nos describe la impostura religiosa a la que, hacia el final de los tiempos, se entregarán las naciones, «poniendo al hombre en el lugar de Dios».

En sus Cuatro sermones del Anticristo (1) (recién publicados por El Buey Mudo), John Henry Newman analiza esta impostura religiosa descrita por San Pablo, cuando los hombres se hagan «amadores de sí mismos», negando el poder de Dios «con una apariencia de piedad». Tal «apariencia de piedad» es fácilmente distinguible en los discursos de los políticos; y Cameron, en aquella salutación grotesca al Papa, hacia gala de ella sin rebozo. El objetivo último consiste en otorgar el mismo rango a todos los «credos religiosos», con tal de que se sumen al gran proyecto de «promoción del bienestar del individuo» (o sea, de «adoración del hombre»). Si la Iglesia católica desea seguir siendo considerada ese «aliado» o «socio» habrá de convertirse, según expresión del Apocalipsis, en una ramera que fornica con los reyes de la tierra: esto es, en una mera organización «humanitaria» que renuncia a su misión, para convertirse en una suerte de capataz solidario. Y si se resiste a desempeñar este papel que la última impostura religiosa le ha adjudicado, ya sabe lo que le espera.

Para que la impostura religiosa final triunfe habrá de generalizarse primero la apostasía, que en contra de lo que muchos ingenuos piensan no vendrá impuesta -o no solamente- desde fuera, sino que se desarrollará en el propio seno de la Iglesia. «La persecución más grande a la Iglesia no procede de enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia», nos recordaba hace poco Benedicto XVI. Claro que también desde fuera se le puede echar una mano. Este reconocimiento del druidismo como «religión genuina» se presenta como un episodio más -si se quiere especialmente chusco o estrafalario- en el intento de igualar todos los «credos religiosos», con tal de que se sumen al gran proyecto de «promoción del bienestar del individuo». ¿O es que acaso los druidas no pueden ser unos aliados estupendos en la campaña global contra el cambio climático y en la búsqueda para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio? Pues claro que sí. ¡Por Tutatis!.

Nota:
(1) Cuatro sermones del Anticristo, está editado en Argentina por Ediciones del Pórtico, Buenos Aires 2006. Trad. Carlos A. Baliña

FIN, 04-10-10
_______________________________
NOTICIAS GLOBALES es un boletín de noticias sobre temas que se relacionan con la PROMOCIÓN Y DEFENSA DE LA VIDA HUMANA Y LA FAMILIA. Editor: Pbro. Dr. Juan Claudio Sanahuja; E-mail: noticiasglobales@noticiasglobales.org ; http://www.noticiasglobales.org// ;