"...es mayor el tiempo que debo agradar a los de abajo que a los de aquí. Allí reposaré para siempre. Tú, si te parece bien, desdeña los honores de los dioses." Antígona, Sófocles.



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viernes, 2 de septiembre de 2011

JUSTIFICACIÓN ELÍPTICA DEL ABORTO A TRAVÉS DE LA DISTORSIÓN DE LAS PALABRAS

por Juan Carlos Monedero (h)


En otras ocasiones hemos hablado de la importancia de las palabras y del escamoteo de la verdad que tiene lugar cuando éstas son manipuladas, impidiendo a los oyentes arribar al conocimiento de ciertas cosas. Ilustremos esto con algún ejemplo.

A principios del año 2009 tuvo lugar en Brasil el aborto provocado de una niña que llevaba un doble embarazo –producto de una violación–, caso que cobró bastante notoriedad. La Conferencia Episcopal brasileña hizo público, una vez conocida la realización del crimen, que la pertinente excomunión era automática e inmediata. Acto seguido, desde Roma, el Arzobispo Rino Fisichella –entonces Presidente de la Pontificia Academia para la vida– dió a conocer mediante L´Obsservatore Romano un artículo que desautorizaba al clero brasileño. Este artículo expresaba determinada opinión que nos servirá de trampolín para entender ciertas consideraciones semánticas y terminológicas. A fin de preservar la identidad de la niña, se usó el seudónimo de Carmen. Leamos algunos de sus fragmentos (Cfr. Del lado de la niña brasileña. http://www.revistacriterio.com.ar/sociedad/del-lado-de-la-nina-brasilena/):

 “Carmen debía ser, en primer lugar, defendida, abrazada, acariciada con dulzura para que pudiera sentir que todos estábamos con ella; todos, sin distinción. Antes de pensar en la excomunión era necesario y urgente salvaguardar su vida inocente y elevarla a un nivel de humanidad del que nosotros, hombres de Iglesia, deberíamos ser expertos anunciadores y maestros. No ha sucedido así y, lamentablemente, se resiente la credibilidad de nuestra enseñanza que se presenta, a los ojos de muchos, como insensible, incomprensible y exenta de misericordia. Es verdad que Carmen llevaba en su seno otras vidas inocentes como la suya, si bien fruto de la violencia que han sido eliminadas; sin embargo, esto no basta para abrir un juicio que pese como una maza”.

Caben varias aclaraciones, elementales pero ignoradas. Para la Jerarquía brasileña “el juicio que pesa como una maza” no recae –obviamente– sobre la niña de entonces 9 años; recae sobre los asesinos del niño por nacer. No habiendo conciencia de pecado, resulta inconsistente sostener que la víctima es acusada. Vista así las cosas, no se entiende por qué sería contraria la consideración y delicadeza para con Carmen, por un lado, y la declaración de la excomunión expresada por los obispos, por otro; a menos –y ésto es lo que se sugiere– que la práctica de la misericordia se encuentre reñida con la práctica de la justicia.

Sigamos leyendo:

“En el caso de Carmen se han enfrentado la vida y la muerte. Debido a su corta edad y sus precarias condiciones de salud, corría serio peligro su vida por el embarazo. ¿Cómo actuar en estos casos? Ardua decisión para el médico y para la misma ley moral. Opciones como esta, si bien con una casuística diferente, se repiten a diario en las guardias hospitalarias y la conciencia del médico se encuentra sola consigo misma en el acto de tener que decidir qué es lo mejor. De todas maneras, nadie llega a una decisión de este tipo con ligereza; es injusto y ofensivo el sólo pensarlo”.

Es difícil no quedar desconcertado ante la lectura de estas líneas, en las que asistimos a la mixtura de cuestiones subjetivas y objetivas, no sólo enlazando indebidamente unas con las otras sino reduciendo y debilitando la cuestión de fondo: la cuestión de justicia. Digámoslo todo: nunca está permitido cometer un mal moral para conseguir un bien. El fin no justifica los medios. ¿Qué importancia tiene que la decisión de matar llegue “con desenvoltura” o sin ella? Es puramente anecdótico. Lo principal es determinar si es ético –o no– cometer el aborto, independientemente de cuánto se lo haya pensado.

Salta a la vista además que la conciencia del médico nunca se encuentra “sola consigo misma” en “el acto de deber decidir qué es lo mejor que se debe hacer”, pues lejos se haya el tema del aborto como cuestión de infundadas y conjeturadas resoluciones, sino por el contrario repleta de contundentes evidencias. El médico no “decide” qué es “lo mejor”: lo mejor es independiente de su decisión. Solo por ignorancia culpable puede desconocer un médico si el aborto es un crimen. Incluso en el caso que dudara honestamente de ello –hipótesis que admitimos a regañadientes– se encuentra obligado a no obrar hasta no resolverla, máxime si se haya en juego una vida humana.

El sólo el hecho de preguntarse Fisichella cómo actuar en estos casos, sugiere que la regla universal de que nunca es lícito cometer un aborto no es tan universal como la enseñanza de la Iglesia prescribe. Nadie se pregunta cómo juzgar moralmente respecto del robo; nadie se pregunta cómo juzgar una violación; nadie se pregunta cómo juzgar un acto de terrorismo.

Ahora bien: si este determinado caso requiere “más deliberaciones” que las ya existentes, evidentemente éstas no son suficientes. Traduzcamos: la regla general de que “todo aborto es un mal” no es regla general. Así, el aborto –artilugio de Fisichella mediante– estaría justificado en algún caso.

“Carmen vuelve a proponer uno de los casos morales más delicados; tratarlo a la ligera no le haría justicia a su frágil persona ni a cuantos están involucrados, con diferentes roles, en esta historia. De todas maneras, como cada caso singular y concreto amerita ser analizado en su peculiaridad y sin generalizaciones”.

Nuevamente se establece una falsa oposición entre misericordia y justicia: de un lado, quienes tratan a la niña con “delicadeza”. Del otro, los fríos teóricos de la moral que condenan el homicidio del nonato, engañosa disyuntiva cuyo único efecto es perturbar la objetividad del juicio que nos merece el aborto. La intención es demorar siquiera la justa condena que este acto nos merece.

Parece poco: sólo “demorar” la condena. El problema es que concediendo aquello –no “generalizando”, reconociendo que este caso hubiese debido “ser analizado en su particularidad”, etc.–, en el fondo lo que el Arzobispo Fisichella está diciendo es que los principios y juicios morales del Magisterio de la Iglesia podrían eventualmente ser inaplicables a algún caso concreto.

Ahora bien, un principio tiene carácter universal y necesario. Si deja de tener vigencia en un caso, entonces ya no sería tal. ¿Qué quedaría de un principio si se encontrara por debajo y no por encima de su aplicación?

¿Quién podría estar en contra de la delicadeza para con la pobre niña víctima de la violación? El artículo de Fisichella registra varias frases como éstas, tan lejanas a la doctrina católica como empeñadas en polemizar lo obvio.

Un análisis más profundo impone nuevas observaciones. La acentuación de los aspectos subjetivos desplaza, lenta pero claramente, la luz existente sobre el problema de fondo. El Arzobispo Fisichella contrapone esta cuestión subjetiva a la objetiva; al responder a la primera de determinada manera, busca vincular y proyectar el primer juicio hacia la segunda –como si éste se desprendiera de aquél–, cuando evidentemente se trata de dos problemas absolutamente distintos. Resultado: una falsa misericordia que termina pisoteando la justicia. Hay una voluntad de esconder una verdad detrás de otra.

Lo que se nos está diciendo es que el principio de que “todo aborto provocado es pecado” no es un principio. Por eso desconcierta leer más adelante este párrafo:

El aborto provocado siempre ha sido condenado por la Ley Moral como un acto intrínsecamente malo y esta enseñanza permanece inmutable hasta nuestros días desde los albores de la Iglesia. El Concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes –documento de gran apertura referido al mundo contemporáneo– utiliza de manera inesperada palabras inequívocas y durísimas contra el aborto directo. La misma colaboración formal constituye una culpa grave que, cuando se realiza, conduce automáticamente fuera de la comunidad cristiana”.

 Si es intrínsecamente malo, preguntamos nosotros, ¿por qué lo justifica Monseñor Fisichella?

Con una diferencia de muy pocos centímetros, el autor afirma y niega lo mismo. Tiene lugar el sí y el no dados simultáneamente: “siempre” ha sido condenado el aborto provocado, pero en este caso condenarlo es propio de “tratos apresurados”.

El final del artículo es realmente escandaloso: “Carmen, estamos de tu parte”. ¿Los obispos brasileños no lo están?:

“Compartimos contigo el sufrimiento que probaste, quisiéramos hacer de todo para restituirte la dignidad de la que fuiste privada y el amor del que tendrás aún más necesidad. Son otros los que merecen la excomunión y nuestro perdón, no quienes te permitieron vivir y te ayudaron a recuperar la esperanza y la confianza, no obstante la presencia del mal y la perversidad de muchos”.

Las noticias hablan que la niña, a pesar de su doble embarazo, no tenía problemas con el mismo. Es decir: ni siquiera en la falsa lógica de los que admitirían el aborto en caso de peligro para la madre, hubiese tenido sentido alguno. Pero aquí hay palabras que no pueden ser desatendidas: ¿Quiénes son los que “han permitido vivir” a Carmen sino los médicos que asesinaron impunemente a sus hijos? Si “son otros” los que merecen la excomunión, los médicos abortistas no la merecen.

Y si ellos la “ayudarán a recuperar la esperanza y la confianza, a pesar de la presencia del mal y la perversidad de muchos”, ¿qué queda sino pensar en la aprobación formal de Fisichella para con este acto injusto y homicida?

No cabe duda que es justo calificar al artículo del Arzobispo como frontalmente opuesto a la doctrina de la Iglesia en lo relativo a la cultura de la vida.


* * *

Ahora bien, alguien podría decir que estamos forzando las palabras del Arzobispo. No sería una observación para desatender, puesto que somos muchos los que tenemos y practicamos una debida consideración para las autoridades de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Quienes nos objeten realmente preocupados por este punto, encontrarán –lo esperamos y deseamos– sus dudas resueltas. Porque si hubiese alguna duda de lo que realmente dijo el Arzobispo, si acaso interpretásemos mal este artículo o hubiésemos exagerado o desfigurado su sentido original, las declaraciones de los grupos abortistas servirán seguramente para clarificar cualquier observación.

Frances Kissling, presidente de honor de Catholics for Choice, escribió el 23 de marzo del 2009, poco más de una semana luego del artículo de Fisichella, lo siguiente:

En un estupefaciente cambio de rumbo en la estrategia del Vaticano, que consiste en no desviarse de su posición según la cual el aborto no debería jamás ser permitido, incluso para salvar la vida de una mujer, el más alto funcionario bioético del Vaticano, el Arzobispo Rino Fisichella, señaló que los doctores que, en Brasil, realizaron un aborto en una nena de 9 años, embarazada de mellizos de 15 semanas, no merecen la excomunión”.

Y también:

“Si los médicos tuviesen conciencia del hecho que alguien, alto en la jerarquía, reconoce que esas situaciones son dilemas morales en las cuales la conciencia debe decidir lo que está bien o mal, ellos podrían decidir que ellos pueden ofrecer el servicio de aborto”.

Kissling entendió perfectamente: la conciencia debe decidir qué es lo bueno, qué lo malo. No es ya rectora la ley moral natural, objetiva, ni las enseñanzas infalibles de la Iglesia que la manifiestan. Con perfecta lógica deduce lo pérfidamente sugerido por Fisichella: los médicos “pueden ofrecer el servicio de aborto”. Concluye entonces:

Se puede apostar que un clamor va a elevarse proveniente de los ultraconservadores en la Iglesia, tal vez una clarificación por el mismo Arzobispo, pero el hecho es que él ha entreabierto una puerta a través de la cual pueden infiltrarse mujeres, médicos, decididores políticos. Estoy agradecida por los pequeños regalos

[Declaraciones de Frances Kisling, presidente de honor de Catholics for Choice, reproducidas por Mons. Michel Schooyans, Profesor Emérito de la Universidad de Lovaina. Memorándum, trabajo entregado a todos los miembros de la Curia Romana, con fecha 6 de junio de 2009, a propósito de las declaraciones realizadas por el Arzobispo Rino Fisichella el 17 de marzo en la publicación Obsservatore Romano (la negrita es nuestra). El Memorándum puede leerse en Internet: http://promoverlavida.blogspot.com/2009/06/memorandum-de-michel-schooyans-la-curia.html. Reproducimos solamente el punto 2 en el cual formula su acusación al Arzobispo: El argumento central de RF (Rino Fisichella) es que el doble aborto estaba justificado por la compasión para con la niña, y por compasión para con los médicos que ejercieron su libertad de elección. RF no recomienda la compasión para con los mellizos abortados. Constatemos simplemente que RF admite aquí el aborto directo”]

Si alguien pensara que criticando al Arzobispo estamos cometiendo un pecado contra la autoridad, una falta de humildad o una desobediencia, le recordaríamos cortésmente que este jerarca está defendiendo el asesinato de una persona:



Feto de 15 semanas

feto de 10 semanas






martes, 8 de febrero de 2011

El SIDA y el preservativo

Por monseñor Michel Schooyans*ROMA, lunes 31 de enero de 2011 (ZENIT.org).-
Es cierto que muchas personas han sido contagiadas del SIDA sin tener la más mínima responsabilidad por ello, a través de transfusiones de sangre, errores médicos o contactos accidentales. También el personal sanitario arriesga el contagio, cuando cuida a personas seropositivas.No vamos a tratar estos casos en esta ocasión. En vez de eso analizaremos las declaraciones realizadas por diversas personalidades de gran relevancia en el mundo académico y eclesiástico, sobre todo moralistas y pastores. Los llamaremos dignatarios, evitando citar nombres para no personalizar el debate y para focalizar la atención en la argumentación moral. [1]
Parte I
Desorden y confusión

Ya que estas declaraciones se refieren al uso del preservativo como medio para no contraer el SIDA, a menudo producen una profunda confusión en la opinión pública y en la Iglesia. Estas declaraciones se acompañan frecuentemente de sorprendentes comentarios sobre la persona del Papa y sobre sus funciones, así como sobre la autoridad de la Iglesia. En este contexto también se producen las habituales quejas sobre la moral sexual, el celibato, la homosexualidad, la ordenación de las mujeres, la Comunión para los divorciados y los abortistas etc.. Son una ocasión para aprovechar y dar así resonancia global a estos temas.

Estos dignatarios se manifiestan, muy satisfechos, a través de los medios de comunicación social. Se declaran favorables al uso del condón para evitar el riesgo de contagio del SIDA. Según ellos la Iglesia debería cambiar su postura en este tema.

Estas declaraciones crean gran confusión en la mente de la gente. Confunden a los fieles, dividen a los sacerdotes, indisponen al episcopado, desacreditan al colegio cardenalicio, dañan al Magisterio de la Iglesia y acusan directamente al Santo Padre. Otros dignatarios, en estos momentos retirados o difuntos, condujeron en su momento este tipo de movimiento. Hoy, estas observaciones provocan a menudo la consternación, porque la gente espera mayor prudencia y rigor moral, teológico y de comportamiento de estos dignatarios que- influenciados por ideas de moda en ciertos ambientes- hacen de todo para "justificar" el uso del preservativo usando los habituales trucos del "daño menor" o del "doble efecto" como si fueran los vendedores.

Uno de estos dignatarios llegó al punto de considerar el uso del condón como una obligación moral basándose en el quinto mandamiento. En este sentido se dice que si la persona infectada por el virus se niega a practicar la abstinencia, deberá proteger a su pareja y que el único modo de hacerlo, en este caso, es a través del preservativo.

Este tipo de observaciones son suficientes para dejar a la gente perpleja y revelan un conocimiento incompleto y tendencioso de la moral más natural y en particular de la moral cristiana. El modo de presentar las cosas es cuanto menos sorprendente.

Un problema de moral natural

Algunas consideraciones tranquilizadoras pero falsas

Los argumentos de estos dignatarios, con respecto al uso del condón, son sorprendentemente superficiales. Estas personas deberían basarse en estudios científicos y clínicos serios, evitando recuperar y dar crédito a bulos que hace tiempo que fueron refutados en cualquier revista de consumidores.

¿Cómo se puede no haber constatado que el efecto de contención del condón es en realidad bastante ilusorio? Es así en cuanto a que el preservativo es mecánicamente frágil, y que anima y incrementa el número de las parejas y la variedad de las experiencias sexuales. Por estos motivos se aumentan los riegos en vez de reducirlos.

La única forma eficaz de prevención resulta ser la de la fidelidad y la de la renuncia a los comportamientos de riesgo.

Desde este punto de vista, la calificación moral del uso del preservativo es un problema de honestidad científica y de moral natural. La Iglesia no sólo tiene el derecho, sino que también tiene el deber de pronunciarse sobre este tema.

Ineficacia que tiene como consecuencia la muerte

Las declaraciones de estos dignatarios no citan recientes estudios de innegable valor científico, como el del doctor Jacques Suaudeau[2]. Si ignorasen estos recientes estudios, podrían tener en cuenta, al menos aquellos previos, emitidos por las más altas autoridades científicas. Por ejemplo en 1996, se leía en un informe del profesor Henri Lestradet, de la Academia Nacional de Medicina (París) [3]:

"Es oportuno [] subrayar que el condón está considerado como un medio de anticoncepción. Sin embargo [] la tasa de fracaso está colocada generalmente entre el 5% y el 12% por pareja, y por año de uso".

"A priori [] con el virus de VIH que es 500 veces más pequeño que el esperma, es difícil pensar en una tasa de fracaso inferior. En todo caso hay una enorme diferencia entre estas dos situaciones. Si el condón no es totalmente eficaz como medio anticonceptivo, la consecuencia de este fracaso es el desarrollo de la vida, mientras que en el caso de contagio del VIH es la muerte en todos los casos". [4]

Después considerando el caso de los seropositivos, el mismo informe observa que: "El único comportamiento responsable de un hombre seropositivo es la abstención efectiva de las relaciones sexuales, de las protegidas y de las que no lo son. [...] Si una pareja establece una relación estable, debería seguir estas recomendaciones: que cada uno se someta a análisis clínicos, repitiéndolos tres meses después, practicando en este periodo la abstinencia de toda relación sexual (con o sin condón), para poder ejercitarse en la fidelidad recíproca". [5]

Los dignatarios, que son los autores de las consideraciones que estamos analizando, deberían tener en cuenta esta dramática conclusión que se extrae del informe que estamos citando:

"La declaración- realizada centenares de veces de los agentes sanitarios del Conseil supérieur del SIDA, y por asociaciones de lucha contra el SIDA- de la seguridad garantizada en cualquier circunstancia del uso del preservativo, es sin duda alguna, el principio de muchos contagios de los cuales todavía se niegan a buscar las causas". [6]

Algunas campañas internacionales son realizadas en sociedades "expuestas", inundándolas de preservativos. Se invita a las autoridades religiosas a dar su patrocinio. Pero no obstante estas campañas, y probablemente a causa de ellas, se observa regularmente una progresión de la pandemia.

En julio de 2004, una de las más eminentes autoridades mundiales del SIDA, el doctor belga Jean-Louis Lamboray, abandonó el UNAIDS (el programa de las Naciones Unidas contra el SIDA). El motivo que dio de este abandono fue "el fracaso de las políticas en la contención de esta enfermedad". "Estas políticas han fallado porque la UNAIDS ha olvidado que las verdaderas medidas preventivas se deciden en las casas de las personas y no en las oficinas de los expertos". [7]

Antes de emitir declaraciones perentorias, los dignatarios deberían recordar lo que otro doctor dijo; un doctor a quien los medios de comunicación dieron mucha importancia y que ciertamente no era sospechoso de simpatía hacia las posiciones de la Iglesia. Esto es lo que el difunto profesor Leon Schwartzenberg escribió en 1989:

"Son sobre todo los jóvenes los que extienden el SIDA; son completamente ignorantes de la tragedia del SIDA, que para ellos es una enfermedad que afecta a las personas ancianas. Esta convicción es reforzada por la actitud de la clase política mucho mayor que ellos, que son los responsables de esta propaganda: la publicidad oficial del preservativo parece estar creada por quien no lo usa nunca, para quien no quiere usarlo". [8]

Los oyentes, los lectores y los espectadores de televisión, no pueden dar por buenas las consideraciones imprudentes de estos dignatarios, sin arriesgarse -como ellos- a verse acusados, antes o después, de ser "la raíz de muchos contagios".

1) Extracto de Le terrorisme à visage humain, de Michel Schooyans y Anne-Marie Libert, segunda edición, París, F.-X. de Guibert Publisher, 2008, pp. 173-179.

2) Dr Jacques SUAUDEAU, artículo "Sexo seguro" en Lexicon, Madrid, Ed. Palabra, 2004; pp.1041-1061. La edición italiana fue publicada en Bolonia, Ed. EDB, 2003.

3) Henri LESTRADET., AIDS, Propagation and Prevention. Informe de la Commisión V11 de la National Academy of Medicine, con comentarios, París, Editions de Paris, 1996.

4) ibid, p.42.

5) ibid, p.46.

6) ibid, pp.46 e ss.

7) ACI comunicado del 6 julio de 2004.

8) Léon Schwartzenberg, Interview en La Libre Belgique (Bruselas), 13 de marzo 1989, p.2.

ZS11013101  31-01-2011
Parte II

Un problema de moral cristiana

Además, es engañoso afirmar que la Iglesia no tenga una doctrina oficial sobre el problema del SIDA y el preservativo. Aunque el Papa evita llamarlo por su nombre, los problemas morales ocasionados por el uso del condón son abordados en todas las enseñanzas relacionadas con las relaciones conyugales y la finalidad del matrimonio.

Cuando se considera el SIDA y el condón a la luz de la moral cristiana es importante tener en mente algunos puntos esenciales: el acto carnal debería tener lugar en el matrimonio monógamo entre un hombre y una mujer; la fidelidad conyugal es el mejor remedio contra las enfermedades de transmisión sexual como el SIDA; la unión conyugal debería estar abierta a la vida, a lo que se debe añadir el respeto a la vida de los demás.

¿Esposos o compañeros?

Se deduce que la Iglesia no predica una moral sexual a los "compañeros". En vez de esto propone una moral conyugal y familiar. Se dirige a los "esposos", parejas unidas sacramentalmente en una matrimonio monógamo y heterosexual. Sin embargo las consideraciones de los dignatarios van dirigidas a los "compañeros", que tienen relaciones pre o extramatrimoniales, intermitentes o persistentes, heterosexuales, homosexuales, lésbicas...No se entiende porque la Iglesia, y mucho menos los titulares del Magisterio, deban -arriesgando el escándalo- socorrer a los que practican el vagabundeo sexual y sentirse responsables del pecado de quien, en muchos casos, no se interesa lo más mínimo, ni en la teoría ni en la práctica, de la moral cristiana.

"¡Pecad hermanos, pero con seguridad!" ¡Después del "sexo seguro", tenemos ahora el "pecado seguro"!

La Iglesia y sus dignatarios, no tienen derecho a explicar como pecar cómodamente. Abusaría de su autoridad si diera consejos para llegar al divorcio, ya que la Iglesia considera el divorcio como un mal. Sería como confirmar al pecador en su pecado, mostrándole como seguir hacia adelante evitando las consecuencias no deseadas.

Por ello la consiguiente pregunta: ¿Es admisible que los dignatarios, que deberían ser custodios de la doctrina, oscurezcan la exigencia de la moral natural y de la moral evangélica, y no hagan un llamamiento a la conversión de los comportamientos?

Es inadmisible e irresponsable que los dignatarios den su aval a la idea del "sexo seguro", usada para legitimar a los que usan el condón, cuando es notorio que esta expresión es una mentira y que lleva a la ruina. Estos ilustres dignatarios deberían, por tanto, preguntarse si están sólo incitando a las personas a burlarse del sexto mandamiento de Dios, aunque también se mofan del quinto "No matarás". La sensación falsa de seguridad ofrecida por el condón, antes que reducir el riesgo de contagio, lo aumenta. La acusación de no respetar el quinto mandamiento se vuelve contra los "compañeros" que no usan el condón.

El argumento usado para "justificar" el uso del "profiláctico" del condón se reduce a nada, en relación a la moral natural y a la cristiana.

Sería más simple decir que, si los "esposos" se amasen de verdad, y si uno de ellos enfermase de cólera, peste o tuberculosis, deberían abstenerse de tener relaciones para evitar el contagio.

Objetivo: reinventar la doctrina

Un error de método

Al principio de este análisis hemos indicado que los dignatarios favorables al condón a menudo relacionan su arenga defensiva con causas distintas a la de los "compañeros" sexuales a largo plazo y organizados. De hecho, se utiliza este argumento para discutir toda la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad humana, sobre el matrimonio, la familia, la sociedad y la Iglesia misma.

Esto explica en parte la casi total carencia de interés de estos dignatarios en las conclusiones científicas y en las ideas fundamentales de la moral natural. Y son justo estas conclusiones y las ideas básicas lo que estos dignatarios deberían tener en cuenta en sus opiniones sobre la moral cristiana.

A causa de este error de método -sea voluntario o no- los dignatarios abren el camino a un cambio de la moral cristiana. Pretenden dar la vuelta al dogma cristiano, en cuanto que se reservan el derecho, en sus opiniones, a hacer un llamamiento a la institución de la Iglesia para una reforma que avale su moral y su dogma. Así pretenden participar, a su nivel, en esta nueva revolución cultural.

A pesar de que estos dignatarios han cometido, desde el principio, un error metodológico, hacen caso omiso a estas ideas fundamentales y básicas del problema, caminando inevitablemente sobre un terreno resbaloso. Si se parte de premisas erróneas, sólo se puede llegar a conclusiones erradas. Es fácil ver hacia donde estas ideas están llevando a los dignatarios. Su forma de pensar se puede resumir en tres sofismas, que pueden ser desmontados por cualquier colegial.

Tres sofismas

El primero:

Mayor: no usar el condón favorece la difusión del SIDA

Menor:favorecer esta difusión es favorecer la muerte.

Conclusión: No usar el condón significa favorecer la muerte.

Este razonamiento tortuoso se basa en la idea de que protegerse significa ponerse un preservativo. Los compañeros pueden ser múltiples. La fidelidad no es tomada en consideración. El impulso sexual está considerado como algo irresistible y la fidelidad conyugal como algo imposible. El único modo de no contraer el SIDA es el de usar condón.

Segundo sofisma:

Mayor: El condón es la única protección contra el SIDA
Menor: La Iglesia es contraria al condón
Conclusión: Por tanto la Iglesia favorece el SIDA

Este pseudo silogismo se basa en la equivocada afirmación de la premisa mayor, que el condón es la única protección posible contra el SIDA. Se da por descontada la afirmación que se quiere demostrar; estamos en presencia de una petitio principii : un razonamiento falaz, en el cual las premisas se presentan como algo indiscutible y de las que se deducen las conclusiones lógicas. Se asume como verdadero lo que se quiere demostrar, es decir que el condón constituye la única protección contra el SIDA.

Tercer sofisma:

Finalmente un ejemplo de pseudo silogismo, uno sofisticado del cual deberían darse cuenta los dignatarios.

Mayor: La Iglesia es contraria al condón

Menor: El condón previene embarazos no deseados

Conclusión/Premisa mayor: La Iglesia está a favor de los embarazos no deseados.

Premisa menor: los embarazos no deseados llevan al aborto.

Conclusión final. La Iglesia está a favor del aborto.

En definitiva, el renacimiento de la moral y eclesiología cristiana no puede esperar nada de la malvada explotación de los enfermos y de sus muertes.
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*Monseñor Michel Schooyans, filósofo y teólogo, es miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales y de la Academia Pontificia para la Vida, consultor del Consejo Pontificio para la Familia y miembro de la Academia Mexicana de Bioética. Tras haber enseñado durante diez años en la Universidad Católica de San Pablo, en Brasil, se retiró como profesor de Filosofía Política y Ética de los problemas demográficos en la Universidad católica de Lovaina, en Bélgica. Es autor de alrededor de treinta libros.

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

ZS11020208  02-02-2011


viernes, 7 de enero de 2011

ACLARACIÓN SOBRE LOS DICHOS DEL PAPA SOBRE EL PRESERVATIVO

NOTA SOBRE LA BANALIZACIÓN DE LA SEXUALIDAD A PROPÓSITO DE ALGUNAS LECTURAS DE «LUZ DEL MUNDO»

Con ocasión de la publicación del libro-entrevista de Benedicto XVI, Luz del mundo, se han difundido diversas interpretaciones incorrectas, que han creado confusión sobre la postura de la Iglesia Católica acerca de algunas cuestiones de moral sexual. El pensamiento del Papa se ha instrumentalizado frecuentemente con fines e intereses ajenos al sentido de sus palabras, que resulta evidente si se leen por entero los capítulos en donde se trata de la sexualidad humana. El interés del Santo Padre es claro: reencontrar la grandeza del plan de Dios sobre la sexualidad, evitando su banalización, hoy tan extendida.

Algunas interpretaciones han presentado las palabras del Papa como afirmaciones contrarias a la tradición moral de la Iglesia, hipótesis que algunos han acogido como un cambio positivo y otros han recibido con preocupación, como si se tratara de una ruptura con la doctrina sobre la anticoncepción y la actitud de la Iglesia en la lucha contra el sida. En realidad, las palabras del Papa, que se refieren de modo particular a un comportamiento gravemente desordenado como el de la prostitución (cfr. Luz del mundo, pp. 131-132), no modifican ni la doctrina moral ni la praxis pastoral de la Iglesia.

Como se desprende de la lectura del texto en cuestión, el Santo Padre no habla de la moral conyugal, ni tampoco de la norma moral sobre la anticoncepción. Dicha norma, tradicional en la Iglesia, fue reafirmada con términos muy precisos por Pablo VI en el n. 14 de la encíclica Humanae vitae, cuando escribió que «queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación». Pensar que de las palabras de Benedicto XVI se pueda deducir que en algunos casos es legítimo recurrir al uso del preservativo para evitar embarazos no deseados es totalmente arbitrario y no responde ni a sus palabras ni a su pensamiento. En este sentido, el Papa propone en cambio caminos que sean humana y éticamente viables, que los pastores han de potenciar «más y mejor» (cf. Luz del mundo, p. 156), es decir, caminos que respeten plenamente el nexo inseparable del significado unitivo y procreador de cada acto conyugal, mediante el eventual recurso a métodos de regulación natural de la fertilidad con vistas a la procreación responsable.

En cuanto al texto en cuestión, el Santo Padre se refería al caso completamente diferente de la prostitución, comportamiento que la doctrina cristiana ha considerado siempre gravemente inmoral (cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, n. 27; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2355). Con relación a la prostitución, la recomendación de toda la tradición cristiana –y no sólo de ella– se puede resumir en las palabras de san Pablo: «Huid de la fornicación» (1 Co 6, 18). Por tanto, hay que luchar contra la prostitución; y las organizaciones asistenciales de la Iglesia, de la sociedad civil y del Estado han de trabajar para librar a las personas que están involucradas en ella.

En este sentido, es necesario poner de relieve que la situación que en muchas áreas del mundo se ha creado por la actual difusión del sida, ha hecho que el problema de la prostitución sea aún más dramático. Quien es consciente de estar infectado con el VIH y que por tanto puede contagiar a otros, además del pecado grave contra el sexto mandamiento comete uno contra el quinto, porque conscientemente pone en serio peligro la vida de otra persona, con repercusiones también para la salud pública. A este respecto, el Santo Padre afirma claramente que los profilácticos no son «una solución real y moral» del problema del sida, y también que la «mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad», porque no se quiere afrontar el extravío humano que está en el origen de la transmisión de la pandemia. Por otra parte, es innegable que quien recurre al profiláctico para disminuir el peligro para la vida de otra persona, intenta reducir el mal vinculado a su conducta errónea. En este sentido, el Santo Padre pone de relieve que recurrir al profiláctico con «la intención de reducir el peligro de contagio, es un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida en forma diferente, hacia una sexualidad más humana». Se trata de una observación completamente compatible con la otra afirmación del Santo Padre: «Ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH».

Algunos han interpretado las palabras de Benedicto XVI valiéndose de la teoría del llamado "mal menor". Esta teoría, sin embargo, es susceptible de interpretaciones desviadas de tipo proporcionalista (cf. Juan Pablo II, Encíclica Veritatis splendor, nn. 75-77). No es lícito querer una acción que es mala por su objeto, aunque se trate de un mal menor. El Santo Padre no ha dicho, como alguno ha sostenido, que la prostitución con el recurso al profiláctico pueda ser una opción lícita en cuanto mal menor. La Iglesia enseña que la prostitución es inmoral y hay que luchar contra ella. Sin embargo, si alguien, practicando la prostitución y estando además infectado por el VIH, se esfuerza por disminuir el peligro de contagio, a través incluso del uso del profiláctico, esto puede constituir un primer paso en el respeto de la vida de los demás, si bien el mal de la prostitución siga conservando toda su gravedad. Dichas apreciaciones concuerdan con lo que la tradición teológico moral ha sostenido también en el pasado.

En conclusión, los miembros y las instituciones de la Iglesia Católica deben saber que en la lucha contra el sida hay que estar cerca de las personas, curando a los enfermos y formando a todos para que puedan vivir la abstinencia antes del matrimonio y la fidelidad dentro del pacto conyugal. En este sentido, hay que denunciar también aquellos comportamientos que banalizan la sexualidad, porque, como dice el Papa, representan precisamente la peligrosa razón por la que muchos ya no ven en la sexualidad una expresión de su amor. «Por eso la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte de la lucha para que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la condición humana» (Luz del mundo, p. 131).


jueves, 23 de diciembre de 2010

NECESARIA ACLARACIÓN LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE SOBRE PRESERVATIVO

"...se han difundido diversas interpretaciones incorrectas que han generado confusión sobre la posición de la Iglesia Católica respecto a algunas cuestiones de moral sexual..."
Algunos han recurrido a la así llamada teoría del "mal menor", ya criticada por Juan Pablo II por sus connotaciones proporcionalistas, y la Congregación rechaza expresamente que pueda recurrirse a esta teoría para los casos divulgados a propósito de los dichos de S.S. Benedicto XVI.

Nota della Congregazione per la Dottrina della Fede Sulla banalizzazione della sessualità

A proposito di alcune letture di "Luce del mondo"

In occasione della pubblicazione del libro-intervista di Benedetto XVI, Luce del mondo, sono state diffuse diverse interpretazioni non corrette, che hanno generato confusione sulla posizione della Chiesa cattolica riguardo ad alcune questioni di morale sessuale. Il pensiero del Papa non di rado è stato strumentalizzato per scopi e interessi estranei al senso delle sue parole, che risulta evidente qualora si leggano interamente i capitoli dove si accenna alla sessualità umana. L’interesse del Santo Padre appare chiaro: ritrovare la grandezza del progetto di Dio sulla sessualità, evitandone la banalizzazione oggi diffusa.

Alcune interpretazioni hanno presentato le parole del Papa come affermazioni in contraddizione con la tradizione morale della Chiesa, ipotesi che taluni hanno salutato come una positiva svolta e altri hanno appreso con preoccupazione, come se si trattasse di una rottura con la dottrina sulla contraccezione e con l’atteggiamento ecclesiale nella lotta contro l’Aids. In realtà, le parole del Papa, che accennano in particolare ad un comportamento gravemente disordinato quale è la prostituzione (cfr. Luce del mondo, prima ristampa, novembre 2010, pp. 170-171), non sono una modifica della dottrina morale né della prassi pastorale della Chiesa.

Come risulta dalla lettura della pagina in questione, il Santo Padre non parla della morale coniugale e nemmeno della norma morale sulla contraccezione. Tale norma, tradizionale nella Chiesa, è stata ripresa in termini assai precisi da Paolo VI nel n. 14 dell’enciclica Humanae vitae, quando ha scritto che è "esclusa ogni azione che, o in previsione dell’atto coniugale, o nel suo compimento, o nello sviluppo delle sue conseguenze naturali, si proponga, come scopo o come mezzo, di impedire la procreazione". L’idea che dalle parole di Benedetto XVI si possa dedurre che in alcuni casi sia lecito ricorrere all’uso del profilattico per evitare gravidanze indesiderate è del tutto arbitraria e non risponde né alle sue parole né al suo pensiero. A questo riguardo il Papa propone invece vie umanamente e eticamente percorribili, per le quali i pastori sono chiamati a fare "di più e meglio" (Luce del mondo, p. 206), quelle cioè che rispettano integralmente il nesso inscindibile di significato unitivo e procreativo in ogni atto coniugale, mediante l’eventuale ricorso ai metodi di regolazione naturale della fecondità in vista di una procreazione responsabile.

Quanto poi alla pagina in questione, il Santo Padre si riferiva al caso completamente diverso della prostituzione, comportamento che la morale cristiana da sempre ha considerato gravemente immorale (cfr. Concilio Vaticano II, Costituzione pastorale Gaudium et spes, n. 27; Catechismo della Chiesa cattolica, n. 2355). La raccomandazione di tutta la tradizione cristiana – e non solo di quella – nei confronti della prostituzione si può riassumere nelle parole di san Paolo: "Fuggite la fornicazione" (1 Corinzi, 6, 18). La prostituzione va dunque combattuta e gli enti assistenziali della Chiesa, della società civile e dello Stato devono adoperarsi per liberare le persone coinvolte.

A questo riguardo occorre rilevare che la situazione creatasi a causa dell’attuale diffusione dell’Aids in molte aree del mondo ha reso il problema della prostituzione ancora più drammatico. Chi sa di essere infetto dall’Hiv e quindi di poter trasmettere l’infezione, oltre al peccato grave contro il sesto comandamento ne commette anche uno contro il quinto, perché consapevolmente mette a serio rischio la vita di un’altra persona, con ripercussioni anche sulla salute pubblica. In proposito il Santo Padre afferma chiaramente che i profilattici non costituiscono "la soluzione autentica e morale" del problema dell’Aids e anche che "concentrarsi solo sul profilattico vuol dire banalizzare la sessualità", perché non si vuole affrontare lo smarrimento umano che sta alla base della trasmissione della pandemia. È innegabile peraltro che chi ricorre al profilattico per diminuire il rischio per la vita di un’altra persona intende ridurre il male connesso al suo agire sbagliato. In questo senso il Santo Padre rileva che il ricorso al profilattico "nell’intenzione di diminuire il pericolo di contagio, può rappresentare tuttavia un primo passo sulla strada che porta ad una sessualità diversamente vissuta, più umana". Si tratta di un’osservazione del tutto compatibile con l’altra affermazione del Santo Padre: "questo non è il modo vero e proprio per affrontare il male dell’Hiv".

Alcuni hanno interpretato le parole di Benedetto XVI ricorrendo alla teoria del cosiddetto "male minore". Questa teoria, tuttavia, è suscettibile di interpretazioni fuorvianti di matrice proporzionalista (cfr. Giovanni Paolo II, enciclica Veritatis splendor, nn. 75-77). Un’azione che è un male per il suo oggetto, anche se un male minore, non può essere lecitamente voluta. Il Santo Padre non ha detto che la prostituzione col ricorso al profilattico possa essere lecitamente scelta come male minore, come qualcuno ha sostenuto. La Chiesa insegna che la prostituzione è immorale e deve essere combattuta. Se qualcuno, ciononostante, praticando la prostituzione e inoltre essendo infetto dall’Hiv, si adopera per diminuire il pericolo di contagio anche mediante il ricorso al profilattico, ciò può costituire un primo passo nel rispetto della vita degli altri, anche se la malizia della prostituzione rimane in tutta la sua gravità. Tali valutazioni sono in linea con quanto la tradizione teologico-morale della Chiesa ha sostenuto anche in passato.

In conclusione, nella lotta contro l’Aids i membri e le istituzioni della Chiesa cattolica sappiano che occorre stare vicini alle persone, curando gli ammalati e formando tutti perché possano vivere l’astinenza prima del matrimonio e la fedeltà all’interno del patto coniugale. Al riguardo occorre anche denunciare quei comportamenti che banalizzano la sessualità, perché, come dice il Papa, proprio questi rappresentano la pericolosa ragione per cui tante persone nella sessualità non vedono più l’espressione del loro amore. "Perciò anche la lotta contro la banalizzazione della sessualità è parte del grande sforzo affinché la sessualità venga valutata positivamente e possa esercitare il suo effetto positivo sull’essere umano nella sua totalità" (Luce del mondo, p. 170).

viernes, 17 de diciembre de 2010

BREVE SOBRE ANÁLISIS DE LA MORALIDAD DE LOS ACTOS VOLUNTARIOS Y LOS CONSEJOS

Existe una notable diferencia entre juzgar un acto que vamos a realizar o un acto ya realizado por nosotros mismos (juicios de conciencia), o juzgar lo que otro hizo; y aconsejar a otro que va a actuar sobre cómo actuar bien, obrar mejor o, simplemente, no obrar mal.

Como ya indicamos en una entrada anterior, cuando juzgamos lo que vamos a hacer debemos considerar la acción en sí misma (objeto), el fin que nos motiva (intención) y las circunstancias de su posterior ejecución. Dado que la acción es futura, es posible que no podamos abarcar todas las circunstancias que determinarán finalmente la acción como tal acto concreto realizado por nosotros. Cuando juzgamos lo ya realizado, podemos tomar la acción como un todo concreto que “salió” de nosotros. Debemos reconocer ese acto como propio, aunque no siempre nos guste.

También podemos pensar en el siempre difícil juicio al obrar de otros. Salvando el misterio que hay en cada persona y su obrar, es verdad que observamos el obrar ajeno, tomamos ejemplo, aprendemos o rechazamos lo que otros hacen. Josef Ratzinger indicó en una entrevista que el uso de preservativo por parte de un prostituto podía significar un comienzo de preocupación moral de parte del sujeto en cuestión. O sea, que puede serlo o no, según las circunstancias. Veamos: el objeto del acto es el comercio sexual homosexual, acto intrínsecamente malo moralmente por contravenir un principio primario de ley natural; la intención, obtener dinero; y entre las circunstancias puede estar como instrumento el uso de preservativo; y como motivación adicional, no contagiar o contagiarse enfermedades. En algún caso esta “preocupación” por el otro puede ser un atenuante de algo que ya es muy malo: comercio homosexual por dinero. Pero no siempre lo será. Dependerá de si el sujeto estaba realmente preocupado por la salud del otro y si ha vivido ‘adoctrinado’ por la moral hegemónica de la salud y la higiene.

Lo que puede ser, entonces, una circunstancia atenuante de una acción ya muy grave, no entra en lo que es aconsejable a otros, ni puede fácilmente extenderse a otros casos en que un sujeto utilice preservativo.

Por ejemplo, el uso de preservativo en un acto de fornicación o adulterio más bien indica la mayor malicia del que pensó antes de obrar, pero pensó cómo obrar el mal. La pasión podía atenuar la gravedad; el detenerse a pensar en el preservativo muestra que se podía (que hubo tiempo y premeditación) pensar en la injusticia que se va a realizar. El acto es más grave, incluso dejando de lado la cualidad anticonceptiva que tiene el adminículo como instrumento. Precisamente el uso del preservativo es un signo de la premeditación.

Al que va a realizar una acción gravemente injusta debemos aconsejarle que no la haga (Esto también lo tratamos). Debemos proponerle algo bueno que suplante lo malo que va a hacer. No podemos aconsejar cómo hacer “mejor” el mal. Yo creía que así expresado ya se hacía evidente lo disparatado de una afirmación semejante. Sin embargo, leí en varios medios católicos que la Iglesia aconsejaba también cómo hacer el mal (por ejemplo, en el periódico Cristo hoy, diciembre 2010).

Como es dificil juzgar las intenciones ajenas, me limito a señalar lo erróneo de semejante supuesto, destructivo, por otra parte, de lo que muchos han edificado en estos últimos años desde la cultura de la vida.


 

viernes, 3 de diciembre de 2010

NO SE PUEDE ACONSEJAR EL MAL MENOR

3." ¿Es lícito aconsejar un mal menor al que está decidido a cometer un mal mayor?

Las opiniones son muchas entre los moralistas. Algunos lo niegan rotundamente en todos los casos. Otros lo afirman en todos los casos sin excepción. Otros lo afirman con la sola excepción de que ese mal menor no recaiga sobre otra tercera persona en la que no había pensado para nada el que estaba dispuesto a cometer el mal mayor. Otros lo afirman con tal que; el mal menor sea de la misma especie y esté contenido en el mayor (v.gr., aconsejarle que robe 1000 pesetas en vez de 10.000). Otros, finalmente, lo afirman con tal que el pecador esté dispuesto a cometer el mayor o el menor y sólo vacile sobre cuál decidirse; pero no si para nada habla pensado en el menor, porque entonces se le haría cometer otro segundo pecado (este menor), además del mayor ya cometido en su corazón.

Como se ve, entre tanta diversidad de opiniones es difícil dar una respuesta del todo clara y categórica. Sin embargo, nos parece que la sentencia que niega rotundamente la licitud de aconsejar el mal menor en cualquiera de los casos posibles es, con mucho, la más probable y razonable de todas.

El mal menor es un mal, y no es lícito jamás inducir a nadie al mal, aunque se trate de un pecado venialísimo. No vale decir que al aconsejar el mal menor no se intenta la producción de ese mal menor, sino la disminución del mal mayor, lo cual no deja de ser un bien. Es falso este modo de razonar. Porque lo que procede para alejarle del mal mayor es aconsejarle que desista de él, o proponerle un bien en el que no había reparado, o distraerle para evitar que se entregue al mal, o a lo sumo proporcionarle ocasión de un mal menor sin aconsejárselo; pero jamás aconsejándole un mal aunque sea menor. Si no es lícito jamás inducir a nadie a cometer un pecado leve, ¿por qué lo ha de ser en esta ocasión? De dos males desiguales o iguales no se puede aconsejar ninguno: hay que rechazar los dos. Tanto más cuanto de ordinario se incurrirá en el inconveniente notado por los partidarios de la última opinión indicada, a saber: que se le hará cometer un segundo pecado (el menor), además del mayor ya cometido en su corazón

La ilegitimidad de ese consejo aparece clara con un ejemplo práctico ¿Quién no se admiraría y escandalizaría al oír a un párroco dirigiendose a sus feligreses con estas o parecidas palabras: «Hijos míos, por Dios os pido que no cometáis jamás ningún pecado. Pero, si el demonio os tienta tan fuertemente que no podéis resistirle, haced siempre lo que sea menos malo" Y así, entre un adulterio y una simple fornicación, inclinaos a esta última; entre un aborto o el onanismo conyugal, practicad este último; entre un robo grave y otro leve, contentaos con el leve», etc., etc.? Esto sería manifiestamente escandaloso. Ahora bien: los pecados citados en segundo lugar son ciertamente menos graves que los citados en primero.

En la práctica, cada uno es libre de escoger la opinión que le parece más probable dentro de las propugnadas por los moralistas católicos. Pero la que acabamos de indicar parece objetivamente la más probable y la más en armonía con el dictamen de la prudencia cristiana."

de A. Royo Marín O.P.; Teología moral para seglares; BAC; Madrid 1961; nº 550, 3; p. 412

lunes, 29 de noviembre de 2010

MAL MENOR, “BIEN POSIBLE”, UNIÓN CIVIL Y OTRAS YERBAS

Dado que se ha publicado en los medios que algún legislador católico promovería una ley de "unión civil de homosexuales" como una alternativa democrática y consensuada para "contrarrestar " el gaymonio, y que supuestamente defiende su posición en una doctrina del mal menor, y busca ampararse en documentos de la Iglesia, nos parece conveniente hacer las siguientes precisiones.

Una persona a quien respeto mucho, sugirió que empezara por el final, es decir, por la inmoralidad de la unión civil.
La injusticia de una ley de  "unión civil"

Para ubicarnos en lo que motiva esta contribución, quiero decir unas palabras sobre la razón principal por la que no puede proponerse ni apoyarse un proyecto de unión civil, ni menos de unión civil homosexual. Porque quizás ese sea el problema. Que no se ve que ya una ley de este tipo es inmoral e injusta. Tampoco se reconoce el escándalo que esto significa.

El matrimonio no es una mera cuestión privada entre un hombre y una mujer (A. M. González; Claves de ley natural; Rialp, Madrid 2006. ). Es ya una sociedad que tiene su propio bien común, pero que a su vez se integra en el Estado. Una ley de matrimonio es de bien común. La unión no matrimonial no aporta al bien común y por tanto sería injusto que se equiparase una unión libre con la matrimonial. Sin embargo, manteniendo la inmoralidad de la unión ‘libre’ heterosexual, esta retiene algo de lo que lo que es natural al hombre. La unión homosexual no, porque contradice de manera total la esencia de la sexualidad humana. La contradice aunque los falsos cónyuges no puedan o no quieran adoptar o hacerse de niños de otro modo.

No puede pensarse que “mientras no quieran adoptar, que hagan lo que quieran”.

Ahora bien, discutir estas cosas es perfectamente inútil. Con aquel que, por alguna enfermedad o perversión moral, tiene ‘interferida’ la sindéresis (la disposición para captar los principios de ley natural) no es posible dialogar. Tampoco con el que los niega teóricamente por cuestiones ideológicas o ‘políticas’. Como enseñara Aristóteles, a esos solamente les caben los argumentos por reducción al absurdo.

Y en nuestro tiempo, C.S. Lewis sostiene que: “…Lo que he llamado por comodidad el Tao, y que otros llaman Ley Natural o Moral Tradicional o los primeros principios de la razón práctica o las primeras perogrulladas, no es uno en una serie de posibles sistemas de valor. Es la única fuente de todos los juicios de valor. Si se lo rechaza, todo valor es rechazado…” . (C. S. Lewis; La abolición del hombre; trad. J.N. Ferro; Buenos Aires, FADES 1983. p. 39.) Por eso dice más adelante que: “… no estoy tratando de probar su validez (de la ley natural) por el argumento del consenso común. Su validez no puede ser deducida. Para aquéllos que no perciben su racionalidad, ni aún el consenso universal se la probaría…” (C. S. Lewis; “Apéndice”; La abolición del hombre; p. 53).

En definitiva, no hay diálogo posible ni ‘consensos básicos’ posibles con los que expresamente y en materia grave niegan la ley natural, como lo es la “unión civil de homosexuales”. En esto las ‘autoridades’ sobran, pero podemos citarlas igualmente. Santo Tomás consideraba la actividad homosexual el peor de los pecados carnales después del bestialismo (S. Th. II-II q 154, a 12), y peor aun que el sacrilegio (S. Th. II-II q 154, a 12, ra 2). Y lo mismo San Buenaventura (Collationes de decem praeceptis; Sextum praeceptum; n 13; [ed. BAC pág. 702]).


Raíces de la moralidad de los actos humanos voluntarios.

Empecemos por hacer un breve repaso (Los manuales recomendables: A. Rodríguez Luño; Etica; EUNSA, Pamplona, 1984. A. Rodríguez Luño; Ética General; EUNSA, Pamplona. M. A. Fuentes;  Conseguir la vida eterna; IVE San Rafael, 2005. J. Palma B.; Manual de moral fundamental; Ábaco de Rodolfo Depalma; Buenos Aires 1998.. M. C. Mazzoni; Introducción a la ética fundamental; Mar del Plata, UFASTA, 2004. ) sobre las causas que constituyen la bondad o maldad moral de un acto voluntario (donde hay advertencia racional y consentimiento de la voluntad). En primer lugar, el objeto moral de un acto voluntario es la esencia de dicho acto, ya que la naturaleza de lo práctico está en su fin intrínseco. Sin embargo, este fin intrínseco puede distinguirse del fin intentado por el agente, entendido como el bien que motiva a realizar aquella acción. Por ejemplo, estudio para saber; escribo un artículo para comunicar lo que he investigado, tomo una medicina para curar cierta enfermedad, corro para tener buena salud, etc. Lo que hago, hice o pienso hacer es el objeto. El objeto puede ser:
  •  bueno moralmente, es decir, que actualiza de modo concreto lo que ordena la ley natural (ayudar, casarse, devolver un préstamo, defender al prójimo, etc);
  • puede ser “indiferente –en abstracto-” desde el punto de vista moral, o sea, que se trata de actos con una bondad “física” o “biológica” (caminar, correr, dormir, comer) o de un hacer útil (cortar, escribir, clavar, etc).
  • Pero también dicho objeto puede ser malo moralmente: (asesinar o maltratar a un inocente, casar personas inhábiles para ello, calumniar, mentir, apropiarse de lo ajeno, no rendir culto a Dios, etc.)

El fin intentado por el agente es aquello para lo cual voluntariamente se obra y solamente puede ser bueno o malo desde un punto de vista moral, aunque no siempre hay coincidencia de un objeto bueno y un fin bueno. Puedo querer servir al bien común, puedo querer satisfacer mi egoísmo, etc. Por eso es que la acción-objeto funciona como un “medio” respecto del fin motivante o intentado.

Por su parte, el mal moral consiste en un acto voluntario cuyo objeto es malo, o sea, que lo que hago, en sí mismo e independientemente de para qué lo haga, es malo. Por ejemplo, cualquier asesino dirá que mató a la víctima para obtener algún beneficio, es decir que tendrá alguna explicación sobre por qué lo hizo; sin embargo, su obrar no estará justificado. También el acto voluntario puede ser malo por dirigir un acto bueno o indiferente hacia un mal fin (como un jefe que otorgase un ascenso a una empleada para volverla su amante).

Además existen circunstancias o determinaciones concretas de cómo, cuándo, dónde, cuánto, cuánto tiempo, con qué, con quién, desde qué rol obro, en privado, en público, etc. Estas circunstancias circunscriben el acto en cuanto a su ejecución concreta. No siempre lo que elegí para hacer ayer es lo que debo hacer hoy.

Para que un acto voluntario considerado en su totalidad sea bueno moralente, todas sus causas (objeto, fin y circunstancias) deben serlo. Bonum ex integra causa.

Para que un acto sea malo, alcanza con que alguna de sus causas sea reprochable moralmente. Malum ex quocumque defectu.

Estos considerandos son válidos en cualquier ámbito del obrar del que se trate. Rigen las acciones individuales y las que realizamos cooperando con otros; rigen las públicas y las privadas; las que hacemos como miembros de un grupo civil o religioso, y las que hacemos como particulares. Se consideran las reglas básicas para un juicio moral aplicable en primera instancia en situaciones complejas como el doble efecto, la cooperación formal y material, y el voluntario mixto o secundum quid.

Hay que recordar también lo afirmado por Paulo VI en su momento: «En verdad, si es lícito tolerar alguna vez el mal menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y, por lo misma indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiera salvaguardar el bien individual, familiar o social» (Enc. Humanae vitae, 14).

El Pontífice recuerda que no es lo mismo tolerar el mal, que cometer el mal: hacer objeto de un acto positivo de la voluntad lo que es intrínsecamente desordenado.

Mal menor

Entonces, si tanto el bien como el mal moral son actos voluntarios y no cosas o situaciones impersonales, ¿qué será el mal menor? Si se tratase de lo que un agente moral se propone hacer, estaríamos ante un mal voluntario simplemente, lo cual siempre es inmoral. En muchos casos lo que se quiere sugerir con la idea de ‘mal menor’ es, en realidad, la de ‘bien menor’ como en el aforismo: lo mejor es enemigo de lo bueno (F. Javier Garisoain Otero; “Doctrina y táctica del mal menor”;  http://secundumnaturamsecundumrationem.blogspot.com/2010/11/doctrina-y-tactica-del-mal-menor.html). Dado que lo voluntario también está en aceptar o consentir lo que otros proponen (por ejemplo, me invitan a dejar mi estudio y salir a tomar un café; es evidente que uno puede aceptar o no), si quiero obtener un objetivo bueno y los medios que se presentan o se me proponen no son los más perfectos, pero son buenos y no hay otros, entonces, para hacer el bien de todos modos, tendría que aceptar el medio bueno que esté a mi alcance.

Pongamos algunos ejemplos de diversos órdenes e importancia:

• quiero comprar una blusa y solamente me ofrecen de un color. Si necesito una inmediatamente y no tengo tiempo de recorrer me convendrá comprarla.

• tengo el propósito de acompañar a un amigo enfermo y no dejarlo solo, pero el sanatorio no autoriza más que un horario restringido de visita. Si no acepto acompañarlo durante ese horario restringido no cumpliré mi propósito.

Estos casos se mantienen dentro del ámbito de lo que es indiferente en abstracto o bueno moralmente.

Ahora bien, esta situación parece presentarse también cuando:

• todos los candidatos entre los que hay que votar ofrecen reparos morales; o

• cuando un legislador debe votar los proyectos de otros.

Lo que “motoriza” la cuestión del ‘mal menor’ en estos casos es que quiero un bien y, por lo tanto, elijo al candidato que no ofrece reparos morales en temas graves (de los innegociables: vida humana, familia, educación, bien común, culto público, etc). Porque, si todos ofreciesen reparos morales en temas graves (gaymonio, unión civil, aborto, etc.), debería anular mi voto, o reconocer que no estoy en una democracia, sino en una tiranía. Y si me parece que estoy en una tiranía debería comportarme según las reglas morales ante la ley injusta o el gobierno injusto (Meinvielle, J. ; Concepción católica de la política; Dictio 1974; pp. 77-84) . Santo Tomás deja bien sentado que jamás puede ni siquiera cumplirse una ley propuesta por otros cuando atenta contra principios primarios de ley natural y divina. ( Cfr. S. Th I-II 96, 4). La ley injusta, emanada del poder de otros, sólo puede tolerarse para evitar el escándalo y en razón de que no se sigan mayores males. Esto solamente en temas donde no se atente de manera directa y grave contra la ley natural o el bien común ( o la ley divina).

Ahora bien, supuesto el segundo caso: que sea legislador, tampoco puedo darle mi voto a un proyecto que es intrínsecamente malo moralmente o injusto (que va de manera explícita contra la ley natural). Y supongamos que solamente hay dos proyectos de reforma de una ley injusta anteriormente sancionada, de los cuáles uno es tan malo como el vigente y otro es restrictivo (y supongamos también, que mi proyecto, que era justo, no llegó a etapa de votación) y debo votar entre esos dos presentados por otros que son injustos en diverso grado; entonces, estoy ante un caso de conciencia o prudencial. Debo discernir cuáles serán las consecuencias reales de votar negativo ambos proyectos o de votar el menos malo o restrictivo. Si sea como fuere que vote, la ley peor fuese a salir igual, no tengo razones para votar la “menos mala”; si votando la menos mala, lograse que la peor no salga, tendría que considerar antes todavía el significado que tendrá mi apoyo a esa ley injusta. El documento “Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales” ( 
sostiene claramente que “…En caso de que el parlamentario católico se encuentre en presencia de una ley ya en vigor favorable a las uniones homosexuales, debe oponerse a ella por los medios que le sean posibles, dejando pública constancia de su desacuerdo; se trata de cumplir con el deber de dar testimonio de la verdad. Si no fuese posible abrogar completamente una ley de este tipo, el parlamentario católico, recordando las indicaciones dadas en la Encíclica Evangelium Vitæ, …Eso no significa que en esta materia una ley más restrictiva pueda ser considerada como una ley justa o siquiera aceptable; se trata de una tentativa legítima, impulsada por el deber moral, de abrogar al menos parcialmente una ley injusta cuando la abrogación total no es por el momento posible.”

La encíclica E. V, n 73 explicita que se trata de una situación a discernir, “…cuando no sea posible evitar o abrogar completamente una ley abortista, un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley…”.

Esto significa que el Papa puso ciertas condiciones:

a) haber hecho todo lo posible por abrogar la ley injusta (esto supone diversos caminos en general, pero tratándose de un legislador supone presentar proyectos que abroguen directamente la ley injusta, o proyectos que limiten algunos de sus efectos negativos: una modificación de la ley de adopción que prohiba la adopción a uniones hosexuales, por ejemplo; o que limite la herencia para el falso conyuge homosexual cuando el otro tenía un matrimonio verdadero anterior; etc. );

b) evitar el escándalo: dar a conocer las razones por las cuales en este caso se votó una ley injusta (por ejemplo, que era un modo de limitar los daños de la anterior ley que no se pudo abrogar completamente, sino sólo en parte; mostrando todos los proyectos que fueron presentados previamente para abrogarla, etc.)

c) que la ley injusta sometida a votación sea propuesta por otros. El parlamentario no puede proponer una ley injusta ni hacerle promoción. ¡Es evidente que si el proyecto es propuesto por el mismo legislador debe ser justo!
El ejemplo de un caso lícito podría ser una ley que limitase la edad gestacional durante la cual pudiese practicarse el aborto.
El Papa no plantea una obligación moral de votar afirmativamente esa propuesta, sino un “caso de conciencia”, no universalizable.

Y el documento de la curia “Consideraciones…” plantea el recurso al n 73 de E.V. cuando ya existe una ley injusta sobre unión homosexual. Y dice que: “…En el caso de que en una Asamblea legislativa se proponga por primera vez un proyecto de ley a favor de la legalización de las uniones homosexuales, el parlamentario católico tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar contra el proyecto de ley…”.

Por ejemplo, en Argentina se propuso una ley de unión civil homosexual al mismo tiempo que se votaba en contra de la ley de “matrimonio” homosexual. Lo cual no es lícito estrictamente porque, primero, no puede proponerse, segundo el documento dice que la primera vez que se propone la ley, la oposición debe ser clara, neta y rotunda.

Esto es muy razonable. Debe pasar un tiempo, durante el cual se hicieron muchos esfuerzos por abrogar la ley, y debe quedar manifiesto a la sociedad que el legislador se opone por todos los medios, antes de tolerar otra ley injusta más restrictiva propuesta por otros.

Después volveremos sobre la cuestión de la injusticia de la “unión civil”.

“Bien posible”

Esto del “bien posible” ha salido a relucir para defender el recurso al mal menor como regla habitual. Se dice que el agente está obligado a hacer siempre el bien, y que, si éste no alcanza a hacer el bien más perfecto, debe hacer el bien “posible”. De esto se seguiría –según algunos- la obligación del mal menor identificado como bien posible.


Sin embargo, hay que distinguir lo que sostiene Aristóteles sobre la deliberación sobre los medios, la cual siempre es sobre las posibilidades reales que tiene un individuo, de este asunto del supuesto bien posible.

• No hay ninguna conexión lógica entre “hay que hacer el bien posible” y “hay que elegir el mal menor”, como sugieren los malminoristas.

• A la primera proposición le falta algo: la palabra ‘todo’. “Hay que hacer todo el bien posible”. O sea, buscar la perfección .
 (Es imposible desarrollar acá eta cuestión. Se puede leer al respecto S. Pinckaers; Las fuentes de la moral cristiana, Pamplona, EUNSA, 1988. J. Pieper, Las virtudes fundamentales, Madrid, Rialp, 1980. La ‘ética de mínimos’ es una ética inhumana e impersonal. Algunos creen que tiene alguna coincidencia con la ley natural. Sin embargo, esto es un error porque la naturaleza humana tiende a la perfección. Cfr. A. M. González; Claves de ley natural; Rialp, Madrid 2006.)

• La segunda proposición es falsa. El mal no debe elegirse nunca como tal. Ni como “menor” ni como “mayor”.

• El bien posible que estoy obligado a hacer siempre estará conectado con las circunstancias de las que hemos hablado más arriba. En este sentido el supuesto ‘mal menor’ será en realidad ‘todo el bien posible que yo puedo realizar ahora’.

• Con estas precisiones no se agrega nada a lo que ya sabíamos. Salvo que el ‘mal menor’ no se identifica con el bien posible.

Doble efecto

Otra conexión que se hace para volver presentable el ‘mal menor’ es la establecida con el ‘doble efecto’.

Se habla de doble efecto en dos casos principales:

- cuando una acción humana voluntaria utiliza un instrumento que produce “físicamente” varios efectos. Es el caso de las sustancias utilizadas como remedio que producen diversos efectos en el organismo, no todos positivos.

- cuando la acción humana tiende de suyo a un objeto bueno moralmente, a causa de un fin bueno, pero de la cual también se siguen otros efectos no queridos por sí mismos. Es el caso de la acción defensiva de la que se siguen, además del impedir los daños al defendido, los daños al agresor. Estos daños pueden llegar incluso a la muerte del agresor, sin que la acción hay consistido estrictamente en procurar su muerte, sino en preservar la de la víctima. También es el caso de la ablación de un órgano o un miembro del cuerpo que conspira contra la vida del organismo.

Todos los moralistas serios señalan que en estos casos no se trata de que ‘el fin justifique los medios’, o de hacer un mal para conseguir un bien, porque esto siempre es inmoral. Se trata de procurar un bien moral que trae aparejado un mal físico (los efectos adversos de ciertos remedios o la privación de un órgano irrecuperable) o un mal de pena (los daños que recibe el agresor, de los cuales él sólo es culpable). Pero la intención del agente no se extiende a estos males, tampoco al de pena (de lo contrario habría venganza y no defensa). Estos males son estrictamente involuntarios, aunque sean en parte previsibles y tolerados.

En el ‘doble efecto’, el objeto al que está ligado indisolublemente el efecto inmediato y principal, debe ser bueno moralmente. Y, por supuesto, también el fin y las circunstancias. Además debe haber una causa proporcionalmente grave como la señalada en los ejemplos. Puede decirse, entonces con seguridad que ‘doble efecto’ no es ‘mal menor’. Pero ¿podría ser que algunos casos de ‘mal menor’ fuesen, en realidad, de ‘doble efecto’?

Veamos; votar una ley gravemente injusta no es, como norma general, un caso de ‘doble efecto’ porque su efecto inmediato es la misma ley injusta. Y esto, aunque sea más restrictiva que otra peor. Los únicos casos lícitos posibles de doble efecto en este tema es que los proyectos a votar no afectasen de por sí los principios innegociables, sino que, aun siendo injustos, permitiesen restringir los alcances de alguna ley injusta vigente sobre principios innegociables; o que se votase afirmativamente ‘en particular’ solamente los artículos no objetables.

Cooperación al mal

Otra posible situación de recurso al ‘mal menor’ es aquella donde se coopera de manera formal o material con el que hace el mal. La cooperación formal al mal es siempre inmoral. La cooperación material también en la medida en que es cooperación.

La cooperación es la participación desde distintos roles en una acción común. Supone la aceptación del fin y objetivos comunes del grupo con el que se colabora, aunque el individuo puede tener también otros objetivos particulares. Las acciones emprendidas en común tienen diversa complejidad y será diverso el grado de responsabilidad según el grado y tipo de participación. Esto es cooperación formal.

Lo que se conoce como cooperación material al mal, es en muchos casos una no- cooperación. La venta de alcohol que pueder consumido en exceso, la venta de armas que pueden ser usadas para un delito, etc. Se trata, en realidad, del manejo, la producción o la venta de sustancias, instrumentos o información peligrosos. Si el sujeto ha puesto todos los recaudos de su parte para que no sean mal usados, no hay nada reprochable en su conducta.

Pero también se considera cooperación ‘material’ el consenso o la ayuda prestada a otro agente que es quien verdaderamente comete el mal. Por ejemplo, dando quorum para que se vote una ley injusta; o al contrario ausentarse cuando el voto propio podría cambiar el resultado en sentido positivo.

La calificación de ‘material’ para este tipo de cooperación es poco afortunado. En realidad es una cooperación formal, no porque se trate de una acción conjunta con el que comete el mal, sino por el concurso formal dado. O sea que aquí es ‘formal’ el consentimiento.

Entre estos casos está también la elección por el voto de candidatos que han anunciado las injusticias e inmoralidades que promoverán o legislarán. O sea, si lo voto yo no me uno a su acción injusta, pero ley doy mi consentimiento. La Iglesia recuerda siempre, ante cada elección de candidatos, que nunca es lícito votarlos cuando se aprestan a menoscabar cualquiera de los puntos innegociables.

Voluntario mixto

En realidad la situación del voto a una ley injusta propuesta por otro en las circunstancias previstas por los documentos de la Iglesia podría encuadrarse en un caso de “voluntario mixto” o secundum quid.

Es una mezcla de voluntario e involuntario. El ejemplo clásico es el del mercader que arroja la carga al mar para no morir. También el del cajero que entrega el dinero al ladrón que amenaza su vida. Estas situaciones están marcadas por la violencia de un agresor o de un mal físico (ladrón, tormenta, etc). Entregar el dinero ajeno o arrojar la carga son males y si fuesen realizados fuera de su contexto de violencia serían actos malos e injustos sin más. Acá se realiza un mal que no se querría realizar si no mediase la violencia. El límite en estos casos está dado por la prioridad de la persona sobre las cosas. Está en juego un principio primario de ley natural frente a uno secundario. No estaríamos en la misma situación si la violencia exigiese la muerte de otro. En ese caso no debo ceder.

El caso de un legislador que votase una ley injusta más restrictiva de otra anterior aun vigente nos parece cercano a esto. Porque el mal se está haciendo: se está votando una ley injusta. Pero se hace igual porque la violencia de la ley injusta ya vigente no puede impedirse y así se aminora. Así volvemos a lo que dijimos anteriormente: en verdad lo único que justifica esta situación es en el fondo una tiranía. Que quizás la del relativismo actual lo sea… Pero, entonces hay que espabilarse que es una tiranía.

De este modo, el consentir y no consentir típico de esta situación de voluntario mixto, está marcado por el miedo a males mayores (perder la vida por la plata, por ejemplo). El caso que nos planteamos tiene que ver con el miedo por la muerte de otros (leyes de aborto o eutanasia) o por la posibilidad de adoptar que otorga a los homosexuales el ‘matrimonio’ entre personas del mismo sexo, con el peligro de daño moral y posible abuso de menores que estas situaciones conllevan.

De este modo puede verse lo complicado y lo prudencial de semejante situación. La Encíclica dice ‘puede ofrecer apoyo’; no dice, ‘debe’. Porque no puede universalizarse lo que de por sí es, o mejor son, ‘casos de conciencia’.